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Un viejo enemigo

El agente Aedes aegypti desafía al régimen trabajando por cuenta propia y sin abonar impuestos.
por ENRISCO, New Jersey Parte 1 / 2

El mosquito, ese viejo conocido de los cubanos, ataca de nuevo.

Primero fueron los tiempos de la fiebre amarilla. Hasta entonces apenas tenía fama de molesto, pero apareció el médico Carlos José Finlay para desenmascararlo como lo que era, un pérfido contrabandista de la enfermedad. Eso y el daiquirí han sido los máximos descubrimientos de la ciencia cubana hasta el momento, si descontamos la pasta de oca, cuya patente disputa una conocida marca de raticidas sintéticos. En realidad, Finlay nunca habló del Aedes aegypti sino de un pariente cercano, el Cúlex mosquito, pero ello bastó para hacer caer la sospecha sobre toda la raza. Luego, con la primera epidemia de dengue hemorrágico, el mosquito apareció como agente (trasmisor) de la CIA, enrolado por ésta para que repitiera sus hazañas criminales.

Esta vez quien descubrió la combinación asesina no fue un científico sino el propio Comandante en Jefe, alerta ante la naturaleza de esta nueva alianza. Lo que nunca quedó claro fue si el mosquito había sido incorporado a la plantilla fija de la CIA, junto a Cabrera Infante y Gastón Baquero, o sólo había sido contratado temporalmente. A la vista de los recientes acontecimientos, me inclino por esta última posibilidad.

Recuerdo perfectamente aquella epidemia de dengue que azotó a los cubanos hacia 1980. Yo mismo caí enfermo al paso de una enfermedad que se llevó por delante a cientos de personas. Desde entonces el resto de la humanidad (con la posible excepción de mis abuelas) lamenta, de cuando en cuando, mi resistencia. No salí del todo ileso. Durante años la capacidad de mi sangre para coagularse era tan baja como el ingreso per cápita de Burundi. Un simple apretón en un brazo me causaba marcas que permanecían visibles por buen rato. A veces me veía dándole largas explicaciones a la novia del momento por pellizcos recibidos tres o cuatro novias atrás.

En dicha ocasión, las autoridades anduvieron con cautela. Al parecer no era aconsejable anunciar, sin tomar las debidas precauciones, que una enfermedad mortal rondaba la Isla. La alarma podía llevar al pánico, el pánico a la histeria y la histeria al estrés, al estreñimiento y a la falta de confianza en el futuro. Mientras tanto murieron unas 150 personas. Apresurarse hubiera sido fatal si tomamos en cuenta los peligros de la secreta alianza entre los mosquitos y la CIA. Pero eso no se descubrió hasta mucho después. Al principio, tras las primeras muertes, se pensó que todo no era más que una artimaña del enemigo para desprestigiar el impecable Sistema de Salud. Era posible que la CIA estuviera usando comandos suicidas que se hacían pasar por enfermos y se dejaban morir para hacer creer que los hospitales eran incapaces de lidiar con la enfermedad.

La espera, sin embargo, rindió sus frutos. Pronto se descubrió toda la trama conspirativa y la conjura entre el Gobierno norteamericano y los mosquitos. Una prueba decisiva de la alianza fue una filmación del momento en que un agente de la CIA le entregaba el virus a un mosquito. Las imágenes pueden no parecer suficientemente inculpatorias: el agente de la CIA estaba perfectamente disfrazado de abeja, tamaño natural (de abeja, digo), y lo que se observa en ellas puede tomarse como un encuentro casual de un mosquito y una abeja en pleno vuelo. Lo que no deja lugar a dudas es la traducción de los zumbidos de los supuestos insectos realizada por expertos cubanos:

Mosquito: Justo esto era lo que necesitábamos para llevar adelante el plan.

Agente-abeja: Recuerden cuáles son las órdenes: matar a todo el que encuentren. No queremos prisioneros.

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