Carta a Scherezada |
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por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona |
Parte 1 / 3 |
Harénica, turcadora y sedosa Scherezada:
Mil y una noches parecen muchas con las babuchas. Y si me escuchas y no me embuchas, me voy en coche sin un reproche. Mil y una noches dando trova, le pueden parecer una inmensidad al Schariar ése, o a los chiclanos del harén, porque entonces la cimitarra andaba suelta y sin vacunar, tumbando caña abajo y de un solo tajo, y con el chapeo bajito se iban el cuello y el güiro de cualquiera en la misma comparsa; bueno, igualito que ahora. Mas para mí —y con esto quiero decir "nosotros", que me siento muy amplio hoy— todo ese tiempo de muela y guabina es una bobería. Resultan ser dos años y nueve meses entrenando la sin hueso, entre divanes de amables plumas —las plumas eran de avestruz, pero el pajarraco se fue echando luego de la tercera o cuarta noche, desertor él— en la penumbra sensual, recostada y ronroneante —¿chispa o mofuco?— entre olores y sabores —¿desodorante Fiesta, qué simpática, simpática esta fiesta?— entre fulgores y colores, junto a la lámpara de Aladino, que era una lámpara con premio. Y Aladino también, sin que le hicieran la lamparatomía y descubrieran el genio que se mandaba. Mira lo útiles que son los dátiles, siempre que dátiles de fechas reciéntiles, que muy viéjulos te mándilen al excusándolo.
Pero, como diría el bobo de mi pueblo: "Al que Madruga, Catalina de Güines" y "Al que calle... lo bachean". Yo te voy a contar cositas más curiosas, a pleno sol, en la manigua redentora, a pie e insulso. Cosas muy insulsantes, para que guises con guisantes. Y no me refiero a Guisa, que allí está el pelú. Aguántate la peluca, que voy con fuerza 3-4. Quédate en el harén, que yo harén lo mismo si me dejan.
Persia era entonces un puñado de casas de cañas y barro, por donde no había pasado Blasco Ibáñez. Persiastía la idea de construir hospitales, escuelas y se obligaba a los mortales a estar calladitos. Doblados y con pestillo, por lo que supongo que a las mujeres de Persia en esa época les decían persianas. Si se abrieran y tuvieran más luz, serían "persianas Miami", pero ese concepto aún no se conocía. Y cuando digo aún, lo digo sin hache, para que se fijen en la temporalidad del término. Campeaba por sus respetos en ese entonces un Califa o Sultán, que ya no sé cómo califacarlo, llamado Harún Al Raschid, que suena a estornudo, pero daba más coriza en persona. Él lo hacía todo. Él tenía razón en todo. Él lo levantaba todo o lo hundía, pero si metía la pata, nadie se atrevía a decírselo, porque la trepanación de esófago estaba muy avanzada en esos pagos. Persia era, ¿con qué compararlo, cará? Era... bueno, no precisamente una dictadura, pero era como... Caramba, qué cerquita lo tenía. ¿Voy bien, Schere?
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