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Bibliotecas Independientes en Cuba
Referencia: ¿Políticamente correcto? | RAFAEL LÓPEZ RAMOS

Del libro cerrado al libro abierto
MANUEL CUESTA MORúA, La Habana  

Por una de esas rutas indirectas por las que pueden acceder los cubanos de la Isla al mundo en display, tuve conocimiento de la polémica dotcom sostenida por Elíades Acosta, director de la Biblioteca Nacional José Martí, con Rafael López Ramos, cubano que vive en Canadá y a quien conocí en La Habana a principios de los 90.

El partido polémico se juega en torno a las bibliotecas independientes y a la sedicente libertad intelectual que les asiste a los cubanos, ¿o no?, de acopiar un par de libros cerrados y abrirlos al interés de un público seducible por lo prohibido o desconocido.

De las bibliotecas independientes poco o nada puedo decir, si es que debemos respetar el ejercicio, del criterio informado. Pero sobre la Biblioteca Nacional me gustaría aportar dos cosas que conozco bien: es uno de los lugares más acogedores de nuestra capital y atesora volúmenes que no sospechan los cubanos amantes de la libertad.

Allí tuve ocasión de leer, por ejemplo, a Raymond Aron, el intelectual y politólogo francés que en mis años de estudiante hacía las delicias de los críticos del pensamiento burgués, y a José de Madariaga, el pensador español, de quien aprendí la importancia de la historia de las mentalidades para entender el comportamiento de las diferentes culturas.

La Biblioteca Nacional es, de por sí, un espacio que nutre los valores de libertad y tolerancia de quien los persiga, y que debería apoyar los esfuerzos de cualquier cubano que ofrezca su casa, dos o tres anaqueles, cinco o seis sillas y un poco de café a todo lector ávido de conocimientos e intercambio de ideas a libro abierto.

Y éste es el asunto básico que parece estar detrás de la bibliodisputa: quiénes se empeñan en cerrar determinados libros, con la fuerza extraintelectual del índice escolástico, y quiénes perseveran en abrir todos los libros, como expresión de respeto al derecho ajeno para escrutar todas las palabras y todos los significados.

Es, nada más y nada menos que la diferencia entre la libertad y la interpretación de la libertad.

Desde las bibliotecas independientes se nos dice que la libertad radica en tomar cualquier libro para privatizar las conclusiones; desde la Biblioteca Nacional parece ahora que se nos interpreta la libertad para cerrar ciertos libros, adoptando de antemano otras conclusiones.

No es éste el itinerario de la cultura cubana. Ideas muy fecundas nacieron en tertulias hogareñas como las de Domingo del Monte, donde me imagino que no había que obtener autorización de las bibliotecas de Madrid para adquirir libros en Nueva York o Londres. E historiadores valiosísimos se formaron, pienso en José Luciano Franco, sin atravesar el currículo de las disciplinas académicas.

Afirmar, por demás, que estas bibliotecas no cuentan con bibliotecarios técnicamente formados, es parte de una deriva cientificista de la que está de vuelta la cultura occidental y que, de cualquier modo, es irrelevante en términos de derecho: tal y como sucede con la libertad de expresión, que no garantiza ni la calidad ni la profesionalidad de los periodistas, la libertad de ser bibliotecario no provee a nadie con la capacidad para organizar los libros con rigor bibliotecológico ni para ofrecer un servicio exigente a los bibliófilos.

Pero me gustaría decir que nuestra cultura se ha movido, casi por excelencia, en esas zonas no institucionales donde se intercambian los libros en una madrugada lluviosa sin registros burocráticos, donde se desempolva el saber para quien lo desee y donde se recrea el pensamiento lejos del parteaguas político.

Esta es la tradición que, quizá sin proponérselo, rescatan las bibliotecas independientes. Y no defiendo el modo en que ellas procuran su gestión sino el derecho que poseen para determinar su propio índice.

Hay una manera cubana de destruir toda iniciativa intelectual, consistente en desprestigiar todo esfuerzo que se encamine fuera de los pasillos de la revolución. Es el estilo de quienes mantienen cerrados ciertos libros, para no contagiarse con las palabras que se escriben de otro modo. Pero existe una manera cubana, que no tiene complejos con su identidad porque la asume, definida por su aproximación constante a las ideas impresas en todos los lenguajes. Es así como andan los que abren todos los libros para cosechar sus propias ideas.


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