Miércoles, 13 noviembre 2002 Año III. Edición 493 IMAGENES PORTADA
Opinión
Cuba, Castro, izquierda, derecha

La Isla como parque temático: ¿Por qué lo que es bueno para los demás es malo para los cubanos y viceversa?
por JOAQUíN ORDOQUI GARCíA, Madrid Parte 4 / 5

¿Qué han hecho Oswaldo Payá y su movimiento para provocar ese rechazo en bloque de los grupos de la izquierda europea? ¿Organizar una conspiración para adueñarse del poder, preparar alguna intentona armada o emplear cualquier medio violento? No, sólo han intentado que se cumpla, cabalmente, la Constitución vigente en Cuba, la constitución diz que socialista, emitida por el propio Estado. Muy sospechoso, sin dudas.

Volviendo a la pregunta inicial: ¿por qué? ¿Por qué esa ceguera especializada en no ver lo que ocurre en Cuba? Es una historia que se repite. Durante el período estalinista en la URSS, una izquierda europea muy parecida a la actual en lo que a cegueras parciales se refiere, se estructuró como una red de apoyo al sistema soviético, una de cuyas funciones consistía en negar todos los horrores denunciados por la prensa internacional y los disidentes. Lúcidas personalidades, como el socialista inglés George Orwell, eran tildadas poco menos (o poco más) que de agentes al servicio del imperialismo. Las atrocidades del régimen que no podían ser ocultadas eran catalogadas como "errores" lamentables, que no empañaban la prístina luz que de ese sistema emanaba. Las otras, las más terribles, pertenecían al infinito reino de la propaganda imperialista. La justificación moral que se daba a sí misma y al mundo la izquierda de entonces por su inexplicable tolerancia era casi la misma que aquella de la que hoy se beneficia el régimen de Castro: la amenaza exterior, el poderoso imperialismo.

Tras la muerte del dictador, desde el interior del propio Partido Comunista de la URSS y a partir de su XX Congreso, se generó un tímido proceso de desestalinización, encabezado por su entonces secretario general, Nikita Jruchov, que dio a conocer al mundo, desde dentro, que muchos de los horrores denunciados eran ciertos. No se mostró todo, sólo lo más necesario para las reformas que Jruchov y su equipo se proponían emprender. El resto se conocería después, con la desaparición de la propia Unión Soviética, y se trataba de un resto que, en muchos aspectos, equiparaba al comunismo ruso con el nazismo alemán.

La izquierda suave, la que cree en los valores de la democracia, quedó desconcertada durante años. Habrían de transcurrir varios para que, por ejemplo, desde los partidos comunistas europeos se generaran nuevas teorías que permitieran la convivencia de las palabras comunismo y democracia.

Mientras tanto, encontraron otro espacio donde depositar sus ilusiones (o sus desilusiones): el llamado Tercer Mundo. El escenario era perfecto, o al menos así lo parecía. Se trataba de países que en muchos casos habían sido o eran colonias, semicolonias o neocolonias; donde la influencia (nefasta) del imperialismo era innegable y donde, además, las metrópolis habían intentado preservar su condición por medio de guerras en las que no se respetaban ninguna de las convenciones acordadas para los países "civilizados". China, Cuba, Argelia y Vietnam fueron, cronológicamente, los nuevos inquilinos de las buenas conciencias, espacios donde el bien y el mal aparecían expuestos en sus infinitas purezas y los matices que pudieran enturbiar tan claras visiones eran apartados con asco. No en balde Occidente es heredero de una tradición dualista que ya va por su segundo milenio. Desde el siglo XIX, China había sufrido varias agresiones militares, una de ellas protagonizada por Gran Bretaña para imponer el consumo del opio a sus habitantes. Cuba era una pequeña isla que a sólo 180 kilómetros de los Estados Unidos se había atrevido a desafiar a la encarnación del mal y, además, se había erigido como cabeza conductora de esa nueva izquierda aparentemente alejada de los horrores del estalinismo (había proporcionado, también, el mito guevarista). Argelia era una colonia francesa en donde la metrópoli había desarrollado una guerra sin cuartel (y con violaciones de los derechos humanos de todo tipo) para preservarla. Y Vietnam, el símbolo perfecto, se enfrentó primero a una guerra con Francia para después sufrir la agresión militarmente más violenta que conoció el siglo XX, sobre todo si se tiene en cuenta la disparidad de los adversarios. En esos contextos, muy pocos se preocuparon en intentar saber qué estaba ocurriendo al interior de esos países y qué representaban Mao, Castro, Ben Bela o Ho Chi Ming. Ni siquiera diferenciaron algo que hoy parece claro: una cosa es estar en contra de cualquier forma de injusticia en las relaciones internacionales y otra, muy distinta, es aplaudir incondicionalmente todo cuanto haga, diga y piense el agredido.

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