Miércoles, 13 noviembre 2002 Año III. Edición 493 IMAGENES PORTADA
Opinión
Cuba, Castro, izquierda, derecha

La Isla como parque temático: ¿Por qué lo que es bueno para los demás es malo para los cubanos y viceversa?
por JOAQUíN ORDOQUI GARCíA, Madrid Parte 1 / 5
Mar

El 23 de octubre del presente año, el Parlamento Europeo otorgó el Premio Sajarov 2002 al disidente cubano Oswaldo Payá. Por primera vez, se trató de un premio otorgado por mayoría simple y no por consenso, ya que los grupos situados a la izquierda del panorama político (verdes, socialistas e izquierda europea) votaron a otros candidatos. El hecho es significativo de un incomprensible síndrome de las izquierdas europeas e iberoamericanas: la pérdida de toda brújula cuando el tema en cuestión está relacionado con Cuba, país que ha dejado de ser tal para convertirse en un parque temático donde cada cual busca lo que quiere encontrar.

Las izquierdas, concretamente las democráticas, se han caracterizado en sus respectivos países por la defensa de los derechos humanos, por su vinculación con sindicatos que representen los intereses de los trabajadores, por el desarrollo de la sociedad civil, por la participación efectiva de las organizaciones no gubernamentales, por la profundización de los mecanismos democráticos, por la lucha por la libertad de expresión, por la ampliación de los derechos y coberturas de la clase trabajadora, en fin, por todo aquello que desconocen los cubanos que tienen de 50 años para abajo. ¿Por qué lo que es bueno para los demás es malo para los cubanos y viceversa? Aparente misterio.

Uno de los argumentos más socorridos es el tema del embargo (o bloqueo, no entremos en discusiones terminológicas), mecanismo absurdo impuesto por los Estados Unidos cuyo único resultado han sido fortalecer al Gobierno, que lo muestra como una evidencia de la beligerancia norteamericana y, sobre todo, como una explicación a sus propios desastres económicos. Gracias al malhadado embargo, Cuba se ha creado la imagen de país sitiado, cuyos males todos provienen del exterior.

Otro argumento escuchado y leído con frecuencia es que antes de Castro el país vivía bajo una dictadura y que, como país centroamericano (en ese contexto geográfico-económico lo ubican), la situación de su pueblo era desesperada, hasta la llegada del redentor. Desconocen, quieren desconocer, que la dictadura de Fulgencio Batista duró apenas 7 años y que todos los períodos dictatoriales vividos por el país antes del arribo de Castro no suman ni la mitad de los años que lleva en el poder este Mesías imposible. Desconocen también que, de acuerdo con los parámetros que suelen utilizarse para mesurar el estado de un país (PIB, educación, salud, etcétera), Cuba antes de 1959 no sólo no podía compararse con el contexto centroamericano (al que ni siquiera pertenece geográficamente), sino que compartía primeros lugares en el continente, junto a Argentina y Uruguay, por ejemplo, y que durante la década de los 50 gozó de un impresionante crecimiento de su clase media, uno de los elementos más importantes para el desarrollo económico y la democracia. Desconocen, también, que contaba con el Partido Comunista más fuerte de América (junto al chileno), partido que participó en el gobierno democrático de Batista (precisamente el fallecido vicepresidente del régimen de Castro, Carlos Rafael Rodríguez, fue ministro sin cartera de ese gobierno) y contó con una amplia participación en la Asamblea que promulgó la Constitución de 1940 (violada por Batista y por Castro), y con una también amplia representación en el parlamento que se derivó de ese proceso. Desconocen, otra vez, que la famosa campaña de alfabetización emprendida por el Gobierno castrista a principios de los 60 fue para enseñar a leer y escribir a menos del 20 por ciento de la población, cuyo nivel de alfabetización se situaba por encima del 80 por ciento, uno de los más elevados del mundo. Desconocen, por último, que nuestro PIB era un 30 por ciento superior al español, según algunas cifras, o un 50, según otras.

Evidentemente, la república no era un paraíso y Cuba sufría muchos de los males que han agobiado desde siempre a las repúblicas iberoamericanas: corrupción, caudillismo, mala repartición de la riqueza, diferencias insoportables entre el campo y la ciudad, influencia excesiva de los Estados Unidos en la economía y la política internas... Es decir, casi los mismos males que sufre ahora porque, ¿acaso la relación irracionalmente negativa con los Estados Unidos que ha sostenido Castro no es una forma de influencia?

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