Miércoles, 13 noviembre 2002 Año III. Edición 493 IMAGENES PORTADA
Opinión
Cuba, Castro, izquierda, derecha

La Isla como parque temático: ¿Por qué lo que es bueno para los demás es malo para los cubanos y viceversa?
por JOAQUíN ORDOQUI GARCíA, Madrid Parte 5 / 5

Los nuevos mitos fueron aún más efímeros. La China de Mao pronto devino en un régimen más despiadado aún que el de Stalin y en su último defensor, para terminar, de la mano de Kissinger y Nixon, entregado a la carrera capitalista más desenfrenada y exitosa de las últimas décadas. En Argelia se instauró un gobierno corrupto que dio paso a una dictadura militar que no se prestaba para las ilusiones; luego, se ha convertido en una pieza singular en el complejo ajedrez geopolítico del petróleo y el Islam. Vietnam, tras un proceso de empobrecimiento y desconcierto, terminó apuntándose a la lista de los tigres asiáticos y a la búsqueda de un desarrollo capitalista similar a los de Corea del Sur, Malasia o Taiwán.

Cuba no es sólo el único mito que pervive (Corea del norte nunca funcionó como tal), sino que es un país occidental donde se habla un idioma europeo y, por tanto, más cercano al imaginario de esta parte del mundo. Continúa, impertérrita, con su obsoleto discurso, a pesar de que, tanto en el terreno internacional (como cuando, siendo presidente del grupo de los No Alineados, apoyó a la Unión Soviética en su agresión a Afganistán) como en el nacional (como la entrega indefensa que está haciendo de su clase trabajadora a trasnacionales, eso sí, no norteamericanas) su comportamiento real nada tiene que ver con los principios que, aparentemente, son la razón de ser de la existencia de su régimen y de las insólitas simpatías que despierta.

Así pues, todos esos curiosos aparatos e instituciones de solidaridad con el pueblo cubano (entendiéndose por tal una casi ilimitada tolerancia hacia la dictadura que sufre hace ya 43 años) no son otra cosa que un mecanismo psicológico con el que la izquierda (o los individuos que en ella se sitúan) trata defender lo que de sus sueños queda. En algunos casos, esta actitud está acompañada de una mínima consecuencia. Es decir, quienes la ejercen practican una actitud antisistema más o menos real, basada en el anticonsumismo, en un neohippismo sentimental y en un rechazo sistemático a las ventajas de la democracia (aunque a pesar de todo se benefician de ellas). Pero en otros, en la mayoría, ni siquiera eso. Hablamos de individuos de clase media, que escriben en los periódicos del sistema, que utilizan automóviles de lujo (o, simplemente, automóviles), que transcurren sus vacaciones en el extranjero, que ejercen profesiones liberales y lucrativas, que se esfuerzan en posicionarse cada vez mejor en ese mundo vacío de ilusiones románticas pero lleno de comodidades prácticas y que, en sus tiempos libres, practican esa barroca forma de caridad que consiste en solidarizarse con "el pueblo cubano" a pesar de que, aun en los casos mejores, identificar a un pueblo con un gobierno, régimen o individuo poderoso, es una flagrante petición de principios.

Tanto unos como otros olvidan lo más importante: que nuestro pueblo carece del más elemental de los derechos, el de escoger su propio destino. O, para ser más preciso, los individuos que lo conforman están condenados, hace 43 años, a hacer lo que el Gobierno decide, a leer lo que el Gobierno aprueba, a opinar lo que el Gobierno opina... Cualquier alternativa se llama disidencia. Y, hasta que no se demuestre lo contrario, las democracias producen opositores, no disidentes. Esa categoría está reservada a las dictaduras que, repito, jamás serán de derechas o de izquierdas, pues no se definen por representar a una determinada clase social o grupo, sino por el afán de sobrevivencia de quienes las ejercen.

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