Martes, 29 octubre 2002 Año III. Edición 482 IMAGENES PORTADA
Internacional
El regreso del cangaceiro

¿Qué le espera a Brasil, y por extensión a Latinoamérica, tras la victoria electoral de Luiz Inacio Lula da Silva?
por ALEJANDRO ARMENGOL, Miami Parte 2 / 4

Los votantes brasileños votaron por un cambio debido a la crisis económica que azota al país, pero también por contagio, bajo la influencia de una situación que saben ha destruido prácticamente la sociedad de la vecina Argentina. Fueron a las urnas temerosos de una situación internacional donde vaticinan que les tocará —ya les está tocando— sufrir la peor parte. Marcaron en las pantallas de las máquinas electoras la decepción de que nuevamente sus ilusiones se vieron frustradas.

En la década de los noventa el neoliberalismo tomó fuerza en Latinoamérica. Sus propugnadores prometían lo que largos y tediosos años de proteccionismo económico, izquierdismo y economía controlada no habían logrado: el bienestar del ciudadano. Sin embargo, la riqueza generada por la privatización se malgastó en pagos atrasados de la deuda externa; se diluyó a través del robo corporativo y el latrocinio y se perdió en ventas fraudulentas e irrisorias, logradas mediante el soborno. Las prácticas neoliberales —aplicadas muchas veces a medias— dejaron a la región con una parte enorme de la población empobrecida y sin futuro, y con la mayoría de los ciudadanos atrapados entre el cinismo y la desesperanza.

Si fue necesario más de un siglo para echar por tierra la retórica del marxismo-leninismo, para el desprestigio del neoliberalismo bastaron apenas diez años. Su fracaso en tan breve tiempo se debe a la carencia de una base real para fundamentar su teoría. En tal sentido, recuerda sospechosamente a la ideología de extrema izquierda. Al igual que hicieron los comunistas, los neoliberales tienden a suplantar al hombre real por el que vendrá; a sacrificar a la sociedad actual —de miseria y medidas de choque económico— en nombre de un futuro prometido y lejano, muy lejano, demasiado lejano; que se pierde hasta llegar a lo inexistente. Si bien es cierto que en una economía de mercado libre la creación de mercancías está determinada por los precios y el consumo, en el mundo real y moderno estos mecanismos ya no son regidos por la simple ley de la oferta y la demanda, sino por la propaganda, las técnicas de mercadeo y los monopolios. Eso para mencionar los aspectos más técnicos y visibles: la corrupción, el engaño y el soborno con frecuencia acompañan a los "logros" neoliberales. Los fanáticos de esta teoría propugnan llegar a un paraíso postmodernista, de felicidad dada por el consumo, irrigado desde el cielo por un panteón de ángeles multimillonarios. Viven al mismo tiempo aferrados a sus criterios caducos. No es extraño que le salgan al paso doctrinarios del viejo estilo, como Lula.

Cuando Brasil comenzó su apertura neoliberal, bajo la presidencia de Fernando Henrique Cardoso en 1995, las inversiones extranjeras contribuyeron a estabilizar la economía, reducir la inflación, crear nuevos empleos e impulsar el crecimiento. Pero en 1999 el modelo comenzó a mostrar los problemas que se han agudizado actualmente, debido, en un primer momento, a la caída de los mercados asiáticos y el desbarajuste en Rusia, y luego a la crisis latinoamericana y mundial. La fuga de capitales extranjeros se intensificó luego de la debacle argentina, en enero de este año, con el temor de que también Brasil dejara de pagar su deuda externa. No logró la calma el apoyo que al final le otorgó el Fondo Monetario Internacional (FMI) —con un préstamo de emergencia de 30.000 millones de dólares. Los empresarios, la clase media, los trabajadores, campesinos y desempleados temen a un futuro que continúe aferrado a la situación cotidiana. Botaron por el cambio porque no creen que, de continuar, la política actual les depare nada bueno. Prefirieron la esperanza —con su carga de incertidumbre— a continuar encerrados en la arcadia del presente. No se opusieron al capitalismo, sino a la avaricia del sector empresarial internacional. No están en contra de los fabricantes nacionales —todo lo contrario. Lo que rechazan es la banca mundial que los agobia.

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