El regreso del cangaceiro |
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¿Qué le espera a Brasil, y por extensión a Latinoamérica, tras la victoria electoral de Luiz Inacio Lula da Silva? |
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por ALEJANDRO ARMENGOL, Miami |
Parte 4 / 4 |
Los cambios más significativos en Brasil no serán de inmediato en el sector nacional —a menos que la banca internacional le cierre por completo las puertas al país. El Partido de los Trabajadores ya gobernaba cinco Estados, siete capitales y varias grandes ciudades, que suman en total más de 50 millones. Tampoco el partido de Lula tendrá el control absoluto del Congreso. Su gobierno pondrá freno a las reformas neoliberales e incrementará el proteccionismo, pero es difícil que logre cumplir muchas de sus promesas de campaña. En el terreno económico, la inflación parece inevitable.
Las consecuencias internacionales son de mayor importancia. La lucha contra la globalización adquirirá un impulso formidable. El Foro de San Pablo contará con un importante país para presionar en favor de sus puntos de vista. La idea de Bush de una zona de libre comercio —que ocupe todo el continente americano, de una punta a la otra— queda abolida. En Argentina aumentan las posibilidades de triunfo para Adolfo Rodríguez Saá. En Uruguay ya la coalición de izquierda (Frente Amplio) tiene el favor del 45 por ciento de la opinión. Paraguay, que atraviesa una crisis política, se sumará al movimiento. Lula no parece ser un nuevo Chávez. Sin embargo, el régimen de Caracas gana con contar con un amigo al mando de la más importante nación latinoamericana. Tampoco el dirigente sindical se vislumbra como otro Castro, pero La Habana sale beneficiada con un aliado político. Ya se habla de una Latinoamérica divida en dos bloques: un Bloque del Atlántico, con Brasil, Venezuela y Cuba, como cabezas, contrario a la política estadounidense. Y un Bloque del Pacífico al otro extremo, encabezado por Chile, Colombia, Perú, y seguido por los países centroamericanos, aliados de Norteamérica.
El efecto más negativo de Lula será su reivindicación de un antinorteamericanismo vetusto, prisionero de la década de los sesenta y setenta. Como presidente, traerá un segundo aire para una izquierda latinoamericana que se sabía relegada por la historia y no se resignaba a perder. Lo más sensato en este sentido sería no intentar "matar al mensajero" y comprender que su triunfo es el resultado del abandono —y el desprecio— de Estados Unidos hacia los problemas de sus vecinos del sur.
Durante los ocho años de mandato de Bill Clinton, Latinoamérica —salvo Colombia— apenas figuró en su agenda. Bush prometió cambiar esta situación, pero hasta el momento —salvo de nuevo Colombia— apenas ha hecho algo al respecto, aunque hay que reconocer en su favor que la situación generada tras los ataques terroristas del 11 de septiembre del pasado año han complicado enormemente la situación internacional.
De toda esta situación, el sur de la Florida puede resultar beneficiado con una inmigración de brasileños acaudalados buscando refugio en Miami Beach, al tiempo que perjudicado por una disminución del turismo.
Aunque Lula ha adoptado la corbata ejecutiva y un discurso más pausado, no deja de ser un izquierdista tradicional. Es el regreso del cangaceiro, no del bandido del sertao, sino del símbolo del Cinema Novo: el mito del defensor de los desposeídos, la esperanza campesina que llega al centro industrial del país —procedente del nordeste campesino y empobrecido— para convertirse en obrero y recordarle a todos que los miserables también existen.
Aunque ha tratado de suavizar su discurso, Lula sabe que esa esperanza de justicia para los desamparados le ha ganado millones de votos. No representa el futuro, ni para Brasil ni para Latinoamérica, pero nos recuerda que el pasado latinoamericano de hambre y miseria no ha dejado de existir.
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