El regreso del cangaceiro |
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¿Qué le espera a Brasil, y por extensión a Latinoamérica, tras la victoria electoral de Luiz Inacio Lula da Silva? |
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por ALEJANDRO ARMENGOL, Miami |
Parte 3 / 4 |
En un artículo sobre la isla caribeña de Granada, V. S. Naipaul narra con maestría la dignidad de una pordiosera negra que sin dientes, descalza, con el pelo sucio y sin peinar, entra en una tienda de comestibles y pregunta por el precio de un paquete de bizcochos, que sabe no puede comprar. "Todo lo que ella podía hacer con ese gesto —escribe Naipaul— era colocar en una situación embarazosa a los que se encontraban en la tienda, para quienes la pobreza de la mujer debía ser bien conocida". No se puede ignorar la miseria ajena. No es decente, como hacen los neoliberales, proclamar que la solución a la depauperación de gran parte de la humanidad es cuestión de tiempo: hasta que el mercado, de forma libre y espontánea, produzca cantidades cada vez mayores de bienes.
En Brasil, una falta de regulación de los precios y los servicios ha convencido a muchos de que su situación no ha mejorado. No pueden pasarse la vida aguardando. Aunque el precio de adquirir un teléfono se ha reducido substancialmente desde la privatización del servicio en Río de Janeiro, las cuentas de los consumidores han aumentado en un 290 por ciento. Para millones de habitantes del país, la declaración de que los ricos crean riqueza, que a la larga termina llegando a todos, no pasa de ser un chiste tétrico.
De acuerdo a The New York Times, en 1993 —aproximadamente un año antes de que las reformas neoliberales comenzaran— el 44 por ciento de la población vivía con menos de un dólar norteamericano al día. Esta cifra se redujo al 35 por ciento en 1999, el último año del que se disponen cifras estadísticas. El que la tasa de pobreza ha disminuido en la pasada década es una buena noticia, pero no basta para votar en favor del candidato gubernamental, en medio de la incertidumbre reinante. Brasil ocupa el cuarto lugar entre las naciones con peor disparidad en la distribución de ingresos a nivel mundial. La urgencia de los desposeídos, y el temor de los trabajadores, la clase media y los industriales, ha influido notablemente en la elecciones. Al fracaso anterior de todos los ensayos de proteccionismo estatal, utopías revolucionarias e ilusiones independentistas, se ha sumado la vulnerabilidad de un sistema que hace víctimas a los más débiles de cualquier situación que ocurra en cualquier lugar del mundo.
Los neoliberales se defienden explicando que el proceso preconizado por ellos no se ha llevado a cabo de forma adecuada en Latinoamérica. Las privatizaciones de la región no han hecho más que convertir a los monopolios públicos en monopolios privados, transfiriendo buena parte de las ganancias a los gobernantes o los amigos de los gobernantes. Lo que realmente se perseguía, argumentan, era la transferencia de empresas del Estado al sector privado, para de esta forma sanearlas, modernizarlas y obligarlas a competir y a prestar mejores servicios. Tienen parte de razón en su defensa, pero la emplean como una justificación de su ideología, en lugar de tratar de comprender las limitaciones inherentes al concepto. En este sentido, tampoco se diferencian de los eurocomunistas y los reformadores marxistas de finales del siglo pasado.
Mientras que la administración del presidente norteamericano George W. Bush y el FMI han elogiado la política económica de Brasil, los inversionistas han castigado al país con una fuga de capitales que no cesa desde hace meses. Esta situación no ha hecho sino beneficiar a Lula. Lo que los brasileños han proclamado, al votar por el candidato del Partido de los Trabajadores, es una afirmación de su independencia, al tiempo que un rechazo a la hegemonía de Estados Unidos. En este sentido, hay un sentimiento común que une a los desempleados con la clase media alta y los empresarios. Hay que enfatizar este punto: al igual que en Argentina, el rechazo es hacia el sector financiero, y no hacia los capitalistas nacionales.
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