| Carta a Scherezada |
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| por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona |
Parte 3 / 3 |
Muchacha, ¡si le oyeras los cuentos! Pero mejor no, no te deseo ese mal. Este Schariar es más boludo, tosco, inacabado, se supera a sí mismo en lo ríspido y monótono. Esdrújulo hasta la muerte. De los demás. Si eres capaz de aguantarle el primer round, nada más, te parece haber escuchado la batalla del Volga. Que, como te deja como un mareo sanacónfilo en la parte baja del cerebelo, como el que coge para la cervical, no creo que sea la del Volga, sino la del vodka. Es un manual de cosas combatibles el fulano éste. Schariambóm. Pelea hasta anestesiado.
Y se lo creen, tú. Tupe con el tupé. Aunque le ha dado por alargar las historias. Rema, rema y no ves la orilla. Y la gente aguantando la vejiga. Y él, nada, ni se entera. Porque quiso siempre ser un héroe de esos que empiezan con ZETA y, creyéndose Zeus, no llegó ni a Zorro enmascarado. Tanto boga, haciendo agua por estribor, que uno desea que haga el puñetero babor de callarse. Y ya la gente clama diciendo: "basta de promesas, queremos realidades".
Uno de sus mejores cuentos es el del campesino que no tenía tierra y no sabía leer. Ese es comiquísimo. Llegó Él, le dio un poco de tierra y le enseñó el alfabrete. Bueno, personalmente no, que tiene el farol chisporreteante. Entonces le mostró una directiva donde decía lo que podía sembrar en esa tierra y lo que no. Y a quién tenía que venderle lo que recogiera. Le extirpó las vacas de las amígdalas y hechizó a las gallinas para que se estriñeran. Luego le quitó la tierra y le mandó otro papel —como ya sabía leer— donde le retiraba la tierra y le decía que recogiera. Que se pirara, que ahuecara el ala, que tomara las de Villadiego, que moviera el pudín, porque era una clase social muy atrasada. Ese cuento me parte de la risa.
Y el otro cuento es el de David y Goliath, cuando el chiquitico le mete una moto Honda por el ojo al otro y dice "Patria o Matao", y se envuelve en la bandera, elimina la poliomielitis traspasándola por la polineuritis, mastica un trozo de soya y se inmola. Ese tiene mucho de budismo zen, pero no es tan cómico. ¿Y el de la vaca que al escucharle venir alzaba las banderas victoriosas de sus orejas y se ponía a llenar cubos de leche sola? Las pasteurizaba luego ella misma, sin ayuda, y de paso quitaba todas las malanguitas del agua, actualizaba el mural y se iba a la plaza.
Tiene muy buenos cuentos este Schariar, a quien lo que más le gusta es Schachariar. Pero los repite, los alarga, los hace engominados y a veces tenebrosos. Y le ha dado por regañar al ensimismado auditorio, que sigue siendo el ensimismo de siempre. Yo no veo mal que alguien suelte su imaginación. Pero la gente piensa que, para delirar tanto tiempo se hubiera quedado mejor en el portal de su casa, sin meterse en la ajena a jorobar la pita. Total, una poltrona, un buen tabaco, su buchito de café —si es capaz de sembrarlo en el patio y que no le caigan plagas— y dale a buldocear cerebros. Que así, a la luz de un quinqué, se escuchan buenas historias, hasta de aparecidos, y uno bosteza si tiene sueño, y cuando no puede más se levanta y dice "abur", y se va a descansar como Dios manda para trabajar al día siguiente, que es como es. Pero este gallo no quiere que le interrumpan el cacareo, y si haces eso te fulmina. Me suena que la cosa no era tan familiar como pensábamos. Todavía tú estabas contando guayabas para salvar tu vida. Pero nosotros las estamos escuchando y perdemos las nuestras. Y lo peor es que las turcas que oímos no tienen gracia, y menos moraleja.
Y no te creas que son los cuentos de antes, de espectros y ahorcados. Los ahorcados le cuelgan de la campanilla, pero no se asoman. Y de aparecidos, nada, sino todo lo contrario. Cada vez que menciona algo, desaparece de un varitazo.
Persia las moscas, y divanizado
Ramón
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