| Carta a Scherezada |
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| por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona |
Parte 2 / 3 |
Para los anélidos viscosos que se hayan conectado a última hora y no se acuerden de tu caso, voy a refrescarles la memoria, para que no se caigan de la mata y se dañen el coxis, el colon y los hermanos Pinzones: el libro dice que reinaba el Sultán Schariar, que tenía mucho carácter. Tenía tanto carácter que hasta durmiendo de lado protestaba. Era regañón y bilioso. Tenía siempre la bilis a flor de vena. Si hubiera sido más joven, a lo mejor le llamarían Bilis el Niño, pero Schariar estaba durito, casi p'al tigre. Se casaba constantemente, se aburría enseguida de la desposada y al día siguiente le mandaba a hacer la traqueotomía. Cualquier sexólogo moderno, aunque sea argentino, te diría que a todas luces el Schariar este tenía serios problemas con algún miembro de su tripulación. Porque andar bilioso, aburrido, luego de probar cada noche una mermelada distinta con todas las ninfas del reino, da qué pensar. Tal vez su gran amor secreto era un eunuco, pero no podía desbabucharlo públicamente. Y tenía hasta un harén, el infeliz. Que poseer un harén y andar con ese aburrimiento es como administrar un almacén de productos ociosos. Material descontinuado. Qué tipo. Pero bueno, el gallo había hecho un casting profundo, y ya estaba mermando el rebaño con tanta segueta y tanta alegre cimitarra; y vírgenes, lo que se llama vírgenes, quedaban en el reino tú y dos ánforas de vino. Hasta ahí la jugada está cantada y he levantado el suspense, aunque sea en matemáticas. Cojo aire y me sumerjo de nuevo. Aaaaah.
Quien le buscaba los puntos al bilirrubínico Schariar era tu padre, que tenía contrata de Gran Visir. Pero cuando hay un papo mandón, el visir no tiene casi nada que disir. Se convierte en el hombre invisirble, un tarugo, un tipejo inservisirble. Un moco, para hablar en bayamés antiguo. Pero tu pureto se sabía la jugada de las disfunciones sexuales y la degollina posterior en las albaceas. Y ocultándote al apetito del insultante Sultán, te quiso salvar el batiscafo. Pero tú diste el paso al frente. Le dijiste: "Déjame eso a mí, pipo, que yo al gallo éste lo pongo a planchar la alfombra mágica". Y tu padre se escandalizó como se escandalizan siempre los visires, turbado hasta el turbante, pero como era el cachanchán de un tirano, un visir de reenganche, un siete pesos de palacio, se guardó las opiniones y te sirvió en bandeja. "Lo toma o lo deja, mi señor". Y así fue como te le colaste al hombrín, empezaste a meterle curva sobre curva, al estilo Changa Mederos, y no lo dejabas abanicar, ni tocar la bola por tercera. Y cuando por la ventana veías que ya se iban a levantar los macheteros para intentar hacer algo por la zafra, aunque el gobierno se empeñara en lo contrario, ahí mismito parabas, bajabas el telón y a jugar jacuzzi. Y con ese "al carajo, albañiles, que se acabó la mezcla" cotidiano y nocturnal, le ganaste al tipo por cansancio. Mil y una noches. En fin, Schariar resolvió sus problemas de insomnio, tal vez los otros, se hizo adicto a los novelones de la radio y se casó contigo para probar el mendó. Despidió al eunuco de sus malos sueños y se pasó el resto de su vida intentando callarte, que eso ocupa mucho tiempo.
En mi país hay un Schariar bastante atípico. Tropical e imaginativo. Y como parece que se leyó tu libro, es él quien pitchea constantemente, y lleva una eternidad con el cuento. El de la buena pipa es el que mejor le queda. Si a ti se te ocurre marearlo con la historia del hombre que se salvó agarrándose de las patas de un gran pájaro, ese que te digo es capaz de desaparecer las tiñosas del territorio nacional. O las recluta para que echen palante al cristiano que se le ocurra usarlas como avioneta.
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