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Carta a Papá Montero

por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona Parte 2 / 3

Pero si uno sabe "dar agua", como tú, y anda "más quieto que estate quieto", y "no está en ná", y no "coge lucha", y "ay viejo, deja la majomía", y "olvida el tango y canta bolero", entonces las fieromonas agarran dos tonos: blanco y negro, o cremita y marrón. Es decir: ni blanco ni prieto, pero con pespuntes grises. "Suavitol, papito, que eto e suave, mi china, relájate y goza. No meta velosidá, que tú no ere de Campechuela". Entonces uno no asume la vida, sino que le va entrando lento y rico, pasito a pasito, como cuando uno se aventura en el agüita de la playa, aaaah, primero los pieses huyéndole a la olita, varón, y luego la pantorrila, que llegue tibiecita, espumosa, rompiendo en la esquina de afuera, "suave, mami, suavecito é como me guta má". Hasta que llega a la rodilla. Y ahí planta uno para que suba la marea. En eterno y espeso equilibrio, con un tabaco en la boca y un gran cocuyo en la mano, o al revés

Eso es el guambán. Uno tiene guambán o nace desguambanado; favor no confundirse de verbo. Es como un ángel, como una piedra de toque, un poder a medio camino entre el swing y el karma. Un aché en chancleta de palo. La felicidad con diente de oro. No precisamente "un rubí que brilla en la montaña", que eso te desangela.

Tú eras así, con el cuerpo moreno, elástico y entalcado como si te fueran a freír; la camiseta de algodón que acaricia el cuerpo, sensual y avariciosa; la patilla dibujada con seguridad cirujana; la mosca bajo el labio y el bigotico fino, presentado, como un accidente, un error gramatical, limpio de hebras blancas, infantil y envenenado. Y el colmillo orondo que avisa en cada bocanada de humo despaciosa, contaminando el medio ambiente, pero como si se formara parte de él. Los ojos en blanco con el buchito de Matusalén, de Bacardí, o la Hatuey congelada a punto de partirse, con ligeros icebergs entre la espuma. Y la madama escogiendo el arroz, que ese también ha sido deporte nacional. Tú en el sillón, mirando las sombras del mediodía, los pies en la lenta caricia de las geniales chinelas, y la hembra bien acicalada sacando machos del cereal. Pero el final del cereal llegó antes de que le cogiéramos el gusto a los protagonistas. En el mismo momento caliente en que iban a juntar sus bocas televisivas para sonarse un mate. Y no un Mate Parlov, que ese nos lo trajeron del Este. De pronto se oscureció la pantalla del cereal, y, en vez del koniec de antes, apareció el cartelito de "fin", pero que se decía "cerelac". El koniec lo dijiste tú apretando la tagarnina. Lástima, lástima. Una lástima cayó en la harina, como cantaba el Peret. El guambán roto. El Titanic de bronce candente, haciendo aguas albañales por el casco histórico. Y la Isla, como un botecito de Jalisco Park, avanzando hacia el porvenir con entusiasmo de carrusel. Dando vueltas en redondo, pasando mil veces por el mismo punto, barrenando hacia abajo, ampliando el hueco donde se autosepulta. Ay, Papá. A llorar por Papá Montero. Aunque pienso que en eso se ha avanzado mucho. Ya se puede llorar por cualquier cosa, siempre que digas que es por otra. Por ejemplo, porque no tienes camiseta, o la breva se te apaga. No quiero pensar que se acabaron los machos. En la mesa. Los del arroz, digo. ¿O fue el arroz el que se montó en la toronja?

Tu imagen ha sido bastante vapuleada. Y el second no tiró nunca la toalla. O el árbitro había trasegado azuquín y se olvidaba del "rompan filas" o "rompan limpio", que la mente se me dispara cuando pienso en la toronja. Muy cuestionado tú, muy alabado sea Dios por un lado y muy denostado por otro. Y digo "denostado", no vayas a halar por la chaveta ahora, que eso no tiene nada que ver con desnatado. Que para natas estamos donde no pasa nata de nata, con el control de la natalidad infantil, los pobres niñitos, que nadie les avisó a tiempo la pañoleta que va a amordazarles la silla turca. Por un lado te han tildado de ñáñigo, que suena feo a muchos, cuando en la ñañiguez hay hombría —tal vez demasiada— pero solidaridad y respeto. La confunden con ñángara, que esa sí es una mala palabra, denostada realmente, ovalada y avalada por mil y una traiciones. Y luego aquello de que te mueres pero no, que regresas siempre a la rumba, como un animalito elemental, a morder el tabaco por la punta y a dar tabarra en los velorios. Me parece que tú y el Pato Donald han sido las personas con las que más se han ensañado en los últimos cuarenta años. Y eso que al Pato Donald lo han rehabilitado desde hace un tiempo, porque ya Máshenka y el Oso resultaban aburridamente sospechosos.

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