Jueves, 11 abril 2002 Año III. Edición 342 IMAGENES PORTADA
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Carta a Diego Velázquez

por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona Parte 2 / 3

Pues sí, envolviendo y volviendo al año de mirras, que es como si dijéramos pongámonos para Las Casas, caballero, que lo era usted con caballo de combate y perros de presa; un buen día que usted había metido turismo con el segundo viaje de Colón, el Rey Don Fernando —el mismo de la cancioncita esa de que le "gustaba estar cantando"— le bajó una directiva de que se fuera a conquistar Cuba, o Juana —lo mismo da ella que su hermana— y dejó usted de repartir mandobles y eses y armó la tropa y los misiles para la misión. Y le cayó cerca de la punta de Maisí, en una playita donde todavía no había canadienses medio encueras, sino cayos redondos y guayabos blancos, que se pelaban todos como Mireille Mathiew pero no arrastraban la erre. A esos fue a los primeros que puso a arrastrar otras cosas, como baúles, catauros de agua, víveres en general, para que víveres usted y sus 300 hombres y múreres los pobres indiecitos de tanto "lindo acatamiento".

Ahí viene la bola, es decir, lo primero, que después de arribar a aquella playa tan bella, se explayó y comenzó funda que funda sin poner la cabeza en la almohada —que era una palabra árabe y no se había inventado aún la espuma de goma, más cómoda y menos turbante—. En fin, que levantóse usted de entre los hierros y le metió con todos los óxidos a la fundadera, que venía usted diplomado en adelantos, es decir, era Adelantado. De ahí en adelante cada vez que llegaba a un sitio decía: "Voto a Dios y a mi Rey, que este lugar es bueno para el turismo. ¿Cómo decís, imbéciles de lindo acatamiento, que se llama esta bazofia? ¿Baracoa? Desde hoy se llamará Villa de Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa. He dicho. Soy un bicho". Y así, cargado de cargadores, más pálidos que los de las películas de Tarzán, pero que aún no se llamaban porteadores, se fue con su brigada fundando villas y castillas. Así, machiembrao como macarela chilena, vestido de láguer, se le apareció usted a los crueles siboneyes. Después de esa visión, el pobre Hatuey no sirvió ni para la cerveza. Sale en la foto como de mucha etiqueta, pero parece estar masticando abate. Y no abate Farías, que sabe a Montecristo. Ni siquiera abate mi chocolate.

Leyendo su currículum vitae me he quedado un poco sopapiado, anonadado, medio exprimido por el asombro, pues entre los títulos que ostentó ostentosamente sin ser un ostentote estaba el de Repartidor de Indios. Mire que he conocido yo a repartidores de periódicos, repartidores de pizzas, repartidores de cartas, incluso una plaza que ha creado otro Adelantado como usted, que es algo así como repartidores de palos y cabillas, que, aunque a los que la ejercen se les supone vinculados a la construcción, se dedican más a lo contrario. Y hasta otros que no reparten nada, pero que viven en Repartos, no del reparto, y eso los hace repartianos o repartistas. Favor no confundir con los guajiros que inventan décimas en el aire.

He intentado imaginarlo repartiendo indios y no se me ocurre nada. Quizá los repartía por libras, y así sería usted Fundador de otra de las instituciones más brillantemente macabras de nuestra histeria insular: la Oficoda. Tal vez usted, que ya venía con mucho cuje de La Española, donde fungió como Teniente Gobernador, fingió de este lado otra cosa, y en su tarea de Rapartidor diría a los otros conquistadores, embutidos en sus calderos luminosos —como casi todos habían sido o eran carne de presidio, fue el primer experimento mundial de carne enlatada. Luego vino la carne rusa y el jamón del diablo— expectantes y extremeños ellos: "¡Tomad, buen Pánfilo, llevaos cien libras de taínos atados a vuestro hato. Extremeños los vea, mejor. Y haced otro hatillo con estos dos siboneyes para que no los descubra el maestro Lecuona. Ah, y asumid veinte quintales de guayabos blancos de ñapa. Son muy buenos a la brasa... perdón, ejem, son muy sanos por la brisa". Y así, de manera controlada, inició usted la despoblación del territorio, pues un indio de aquellos no resistía cuatro semanas sin tocar una batos y sin echar humo en un endemoniado areíto.

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