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Carta a Manuel Corona

por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona Parte 1 / 3

Orlado y macerado Manuel Corona:

Manuel Corona
Manuel Corona

Aunque muchas veces peleó musicalmente a la riposta, no fue usted ripostero, mire qué cosas pasaban en la Habana antes de que pretendieran repartir parejo. Usted es un ejemplo claro —aunque tirara para "chino oriental"— de lo mal hechas que están las cosas en esta vida, y lo que me jeringa del mundo: en su tiempo había Cafeses por cualquier parte. Usted estaba a punto de desmayarse, no precisamente de amor, y albricias, delante de su aplastada nariz aparecía un Café con su café con leche, y ahí mismo, con el acicate de la brisa estomacal, le salía a usted un tubérculo musical para llegarle al pan con timba. Había Cafés pero no estaba aún la Nueva Trova. De modo que ya voy sospechando que las cosas buenas no coinciden. Por eso los de ahora tampoco le llegan al pan con timba, y tienen que armar el campamento musical en casas particulares, que se mojan como las demás, en largas noches de Ronda, que es como se vuelve uno Legendario. Y si hay un par de argentinos en la camada, se le puede llegar a algo más fino, que a esos les gusta el paisanaje y la milongadera. Padecen de milonguez aguda.

Pero no nos adelantemos, no cantemos victrolas, no alcemos nuestras inflamadas voces en un canto irredento, en un himno vitrioloso, que todavía no se ha descubierto cómo puede uno desinflamarse después. Su amiga María Teresa Vera tenía un sistema propio: se zumbaba un pedazo de mantequilla pura, un huevo crudo —con yema, clara y mario, y hasta el pollo en ciernes— y una taza de café fuerte. Eso le evitaba la ronquera, pero le dejaba una nota de tres pares. Ahora entiendo por qué muchos de sus herederos tienen una constante faringitis: en sus casas evitan que sean trovadores para salvaguardar la mantequilla.

Pero, quieto parao. No nos adelantemos. No cantemos victoria abril. ¿Esto lo dije ya? Ah, sí. Empecemos por Caibarién, que sobre el 17 de junio de 1880 –—o debajo de él— usted ni cantaba ni comía frutas. Acababa de nacer. Y nació capicúa. Pero bajo el signo del escache. Eso del numerito cualquier barajador mediocre, aunque no se quede en Barajas con el mazo dando, se lo puede explicar. El desamparo le marcó la faz, sin llamarse Roberto (hoy ando bastante culebrónico, Dios mío, me estoy pareciendo a uno que yo me sé en lo tremebundo). A partir de ese 17 de junio a usted le iba a importar lo mismo 18 que 80. Todavía si hubiera sido 1830, le vendría lo de gastronómico, pero lo suyo no era el estómago, y lo hubiera agarrado la guerra, y la guitarrita vamos a ver dónde se la metía.

Pues bien, dicho y hecho, nació en Caibarién, que no es un lugar proclive a dar trovadores precisamente, pero tiene salitre y fósforo en el pescao, y a la hora de componer le pone la rima bastante fácil: cien, bien, llantén, centén, tren, bulpén (si le diera por la pelota), contén, pedraplén (si le diera por ser imbécil), sien, men (si le diera por el diversionismo), ven, también, parisién (si le diera por el turismo cabaretero), tutiplén, burén, harén (si le diera por ligar de verdad), sartén, sostén, movimién y sentimién (si le diera por ser catalán). Pero llegó el despelote del 95 y su familia legisló bien: agarró un tren, e hicieron como Vicent y le cayeron a la capital, que allí no había machetazos y quedaba algo de mantequilla para aclarar la voz. Y en la capital se hizo usted tabaquero, que es una manera digna de estar sentado con las manos en la masa, y diluirse tras una cortina de humo. Que más tarde vendrían la cortina de bagazo, la cortina de hierro, las cortinas rompevientos, la recortina de alimentos, hasta que se acabaron las cortinas.

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