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Carta al oso Prudencio

por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona Parte 1 / 3

Peludo, felpudo y pelimpimpudo oso Prudencio:

A pesar de trabajar en lo del Tránsito, tu tránsito fue breve. Pero coño, que efectivo e inolvidable. Qué tráfico para los que te divisamos aquellas noches. Qué tráfico de divisas. Qué metafórica metáfora sobre el poder en los sesentas. O el no poder. O el poder transitorio. O el poder de un supositorio, que es fácil de suponer. Y, a pesar de lo sentencioso, juicioso y enjundioso, supiste enseñarnos, goloso, no sólo lo que no se podía hacer, sino lo que sí. Por ejemplo, uno consideraba hasta entonces un disparate usar los abrigos de piel que te mandabas con 36 grados a la sombra, y se te veía tan campante, tan gozador, tan que me resbala, sin desmayarte, desafiando la canícula. Creo que desde entonces comenzamos a pasarnos los grados por el forro. Con tu presencia nos importaba un pito que el calor fuera general o cabo de la guardia siento un tiro. Por eso yo me tapaba con colchas en la nieve bayamesa.

Caíste en un buen momento, sí señor. Más allá de las interpretaciones que pudiéramos darle alguna gente pervertida, traumatizada y problemática —y mira que pongo yo los calificativos, ahorrándole ingentes y contingentes esfuerzos mentales a los mascachapas estatales— caíste en Jauja. Si es verdad que científicamente eres un plantígrado, en esos años en que chupabas cámara, el jardín del edén estaba poblado. Era un adorable vergel. Clorofila hasta los hombros. Hombrecitos verdes y marciales. Marcianos del apóstol. Mira que "malanguitas en el agua, nonono" aparte, el resto del yerbazal se daba jíbaro: Harry Lewis hacía brotar la pangola con su canto telúrico y su bastón duro de roer, y la hierba de Guinea alcanzaba fantásticos récord de crecimiento. Ya rondaba la bisutería mental africansis "P'Angola y hierba de Guinea", siá cará. No me extraña que hayamos llegado al "africandel". Y no quiero mencionar aquí la dulce gramínea, que eso es para un futuro trapiche. No sé si en tu dieta entraba el cafeto, pero el otro oso, el oso mayor, el osado osoleto, mandó a sembrar café hasta en el estuche del cepillo, así que por la maloja no te me podías quejar, que tenías a tiro el Cordón de la Habana.

Ya vencida la parte alimenticia, podemos pasar a otros aspectos de nuestra irrealidad. Recurvo y retomo lo de tu época maravillosa. El pueblo cubano se vestía de alegre guinga china, se le pedía al orate cafetalero que sacudiera la mata y los Beatles estaban prohibidos, así que nadie nos distraía. Nos dedicamos con júbilo a destruir minuciosamente el oneroso pasado, sin darnos cuenta que debajo se extendía otro pasado oneroso. Nunca se había visto, en la alegre historia de la humanidad, a tanto bobo junto en el dale que dale tumba Antonio. Era espléndido. Hasta Sartre se sintió bien. Los franceses se divierten constantemente. Piensan que tras la guillotina nadie inventó nada más terrible, y gozan con lo que yo sufro.

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