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Carta a Bonifacio Byrne

por RAMóN FERNáNDEZ LARREA Parte 2 / 3

Por eso me voy pa' Sibanicú —que más que una licencia poética, es médica o transportista— hasta el año 1893, cuando el pobre Casal le dio la patá a la lata, muriéndose de risa, sellando así el destino de nuestro carácter nacional. Ese año publicó usted su poemario Excéntricas, que no eran versos dedicados a mujeres de la farándula, sino un intento más de alejarse de los Modernistas, que luego fueron un cuarteto musical, pero en su época era gente alejandrina, endecasílaba y llena de cisnes por todas partes. Y dos años después, es decir, como reza la canción: "Allá en el año 95/ y por las selvas de Mayarí..." (y esto es importante para los naturalistas, porque testimonia que Mayarí era una selva) empezó la guerra, y usted se metió en un jelepe por un soneto que escribió defendiendo a su vecino Domingo Mújica, fusilado por los españoles. El soneto tuvo una aplastante popularidad, llevado por Radio Bemba, y ahí se le complicó a usted el sábado por Domingo.

Si me remito a la semblanza de marras, me doy de morros con una idea que afirma lo que yo sospechaba: "Este lamentable hecho [se refiere al fusilamiento del vecino conspirador, no a la composición poética] inspira al poeta un soneto que va a provocar una nueva orientación de su poesía. Byrne deviene poeta civil". Ya caigo. A partir de entonces, los lectores del soneto se volvieron "byrneros", y comenzó lo que ahora se conoce como "estar en el byrne", que alguna gente confunde con vender plátanos a sobreprecio o café oriental por debajo de la manga. Muy civil todo, pero perseguido, como ha de ser cuando es algo que huele a fufú.

Eso me deja una gran inmolación en el alma. Yo siempre quise convertirme en poeta civil, pero nunca supe en qué oficina había que inscribirse. Teniendo el Comité Militar tan cerca de mi casa y tan pendiente de mi busto, cambiaba de semblante al pasar con mis secretas intenciones poéticas de civilidad. No sé si con el soneto construyó usted una balsa, pero sí que tuvo que salir como un siquitraque sobre las olas, echando un pie, y no paró hasta Tampa, que cuando un poeta le cae gordo a las autoridades, le quieren hacer tampas diversas, ponerle un tampón en la boca y amarrarle las manos. Allí se hizo usted lector de tabaquería, que es uno de los oficios cubanos más loables y llenos de humo que existen.

Para terminar el semblanteo, dicen en esa semblanza citada que cuando usted regresó al finalizar la guerra, venía con un pitirre patriótico en el corazón, y que por poco le da un terepe al ver ondear sobre el Morro un par de banderolas: la de USA y la nuestra. Una de ellas ya no se USA. Ya eso sí se lo sabe la gente. Textúo y cito: "Le hubiera bastado este poema para quedar definitivamente consagrado en la lírica de Cuba junto al nombre de José María Heredia". Vamos por partes, fuera casacas, y metamos el codo y el guante. Porque en esto de las banderas hay como un olor a trauma en el ambiente. Ya nuestro pensador mayor se acoquinaba y engurruñaba el hombro para no entrar a un tablao donde bailaba una tremenda hembra española, dignísima de entablillar, sólo porque el trapito enemigo estaba afuera.

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