Miércoles, 20 febrero 2002 Año III. Edición 306 IMAGENES PORTADA
Los libros
Epistolario

por C. E. D. Parte 1 / 2
Portada

La investigadora y profesora Madeline Cámara conoció las cartas escritas por Juana Borrero en la edición de 1966-1967 del Instituto de Literatura y Lingüística que prologó Cintio Vitier. La lectura de aquel libro, que según recuerda llenó de anotaciones y que terminó devorado por los ratones, fue para la autora de Diálogos al pie de la letra un aprendizaje único sobre el poder de la palabra de la mujer.

Una mujer que amaba demasiado

El ejemplar del Epistolario de Juana Borrero que quedó en mi casa de Cojimar cuando me fui de Cuba, corrió la misma suerte que las Obras Completas de Dostoievski de Ediciones Aguilar: ambos libros fueron devorados por los guayabitos. Me encontraba en México cuando recibí la noticia de la catástrofe y sólo pude consolarme pensando que al menos las cartas de Juana serían para siempre "polvo enamorado", y que ella había encontrado lugar junto a sus iguales: la galería de atormentados personajes creados por el novelista ruso.

Confieso que no he intentado comprar de nuevo esos libros porque ninguna lujosa edición podrá devolverme aquéllas, llenas de anotaciones. Y sobre todo, el tiempo nunca me devolverá a la lectora que fui entonces: una mujer que, como Juana, amaba demasiado, alguien como Dostoievski, que pensaba que "la belleza cambiaría el mundo". Entre los proyectos de aquella época quedó, no obstante, un libro no publicado sobre las novelas anteriores a Crimen y castigo y unas notas para un posible guión de cine sobre la vida de Juana Borrero.

Al pedirme Carlos Espinosa un comentario sobre un libro cubano de mi preferencia, la primera razón para elegir el Epistolario de la Borrero fue su poderoso atractivo cinematográfico. Veo todo nuestro fin de siècle en la escritura lúcida de una adolescente que se deslumbró con el modernismo, que odió la guerra, que padeció el exilio... Fellini tendría que ser el modelo a seguir: primeros planos del rostro de la joven mientras escribía con su sangre (como la otra Juana, la de Asbaje) pidiéndole a su novio que no partiera a la guerra; los rasgos de su letra impaciente, como su sed de amor y belleza, el ambiente asfixiante del cuarto en que se encerraba por horas, consumida por sus desvelos de pasión por Federico Pío Urbach. Quizás el ruido de la caballería mambisa de fondo, sólo de fondo...

El ruido y el polvo herían la sensibilidad de quien fuera ella misma refinada poeta modernista. Por eso le dice a Pío Urbach: "Pero hay algo más temible para mí que todo: el contagio del ejemplo, la atmósfera que te rodea. ¿Será mi amor suficiente a ocupar por entero tu alma y colocarte fuera del medio?". En los momentos en que el nacionalismo sacude al país en pie contra su metrópoli, Juana se ubica, como amante, al mismo nivel de importancia que la defensa de la nación, y le exige a su prometido: "Elige, tu Patria o tu Juana". Adelantábase así a Virginia Woolf, cuando ésta, en pleno fermento del fascismo en Europa, afirmaba que la mujer no tiene patria. También se adelantó a Hélene Cixous y Luce Irigaray cuando puso en práctica el "escribir sobre el cuerpo", en el carácter discontinuo de sus párrafos, sus reiteraciones obsesivas, su minuciosidad al describir detalles de la cotidianeidad y en el esfuerzo por recrear las sensaciones físicas que producía el amor. Si aquello era histeria, habría que decir con las feministas francesas que era una histeria artísticamente productiva. Mediante ésta, Juana liberó esa energía singular para su época por la cual Lezama, profundo veedor del alma humana, tuvo a Juana por "un gran temperamento" y a su pintura Los tres negritos como "un cuadro genial".

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