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Carta a Mata Hari

por RAMóN FERNáNDEZ LARREA Parte 1 / 3

Espiritual y salpicona agente Margarita Gertrudis Zelle, alias Mata Hari:

Dicen que al gato lo mató la curiosidad. Al espía también. Afirman que todos los gatos son pardos, y el que espía pasa momentos gratos de gato, sin embargo no conozco a ningún pardo que sea espía. Casi siempre aparecen de gatos, a pesar de que ninguno tiene como tú un papá brahmán y una madre bayadera. Y aunque no sé qué rayos es una madre bayadera, pues soy huérfano, y me suena algo lo del padre brahmán —que no es el tipo ese que se viste de murciélago y anda con Robin—, estoy casi seguro de que no siempre esa combinación se usa para el espionaje. Ni siquiera para el industrial. Todo eso fue una turca de tu cerebelo imaginativo para ponerle merengue exótico a la leyenda.

Tampoco inclina hacia la profesión haber nacido en Leeuwarden, cabeza de Partido de la provincia de Frisia, Holanda. Fundamentalmente por eso de lo de cabeza de Partido. Usualmente sucede que lo del partido no tenga cabeza. Ni pies tampoco. Por otra parte, nacer holandés un 7 de agosto de 1876 lo puede hacer cualquiera con dos dedos de frente, siempre que su padre se llame Adam Zelle y tenga una tienda de gorritas. No conozco a muchos naturales de Frisia, tal vez a un par de ellos que frisian esa condición. Es más, creo que muy poca gente se volvería loca por nacer allí y ser luego espía, pues los frisones son muy simpáticos a la hora de poner apodos. A ti te decían pequeña Grietje, que aseguran es el diminutivo frisón de Margarita. Y yo que pensaba que era el de Gertrudis. Esa gente tuya se pasa el día usando diminutivos. A un tipo tan pequeño como yo no le conviene esa jugada. Ya con ser diminuto y soñar con espiar para cualquier potencia se vuelve uno impotente. A menos que en Frisia disminuyan a la gente para el oficio y así quepan luego por el ojo de las cerraduras.

Pero la cosa no es esa. Mi motivo es distinto. Como aclararme definitivamente la vocación de esa especialidad en que se llega a ser espía doble, tripe y cuádruple. Y hay como un fervor en estarle sacando trapos sucios a los demás, y mirándolo fijo a uno, y apuntando con qué mano parte el pan y a qué hora se acuesta o se levanta y si se mete el dedo en la nariz y esas cosas. Pienso que es casi como un vicio, y que detrás de todo espía hay un maravilloso mirahuecos, aunque luego lo disfracen con patriotismo y otras sarandajas. Gente enferma, voyeuristas de esos con manía de fijarse y fisgonear.

En el caso tuyo, eso se mezclaba con muchas cosas, incluyendo un narcisismo feroz y un calentamiento de entrepiernas que le roncaba la guanábana. Te gustaba gustar, y cuando uno siente que gusta y le gusta gustar se realiza gustando con gusto. Y sin llamarse Gustavo. Dicen los datos que venías en esa época holandesa con líos económicos, un clima de disputas familiares y un padre quebrado al que detestabas. Buen batido ese de tanta disputa. Se disputa y se disputa hasta que no queda más remedio que abrirse como un compás. Y cuentan que "desde su adolescencia sentía una gran admiración por los dorados, las medallas, los adornos de pasamanería, los brillantes colores del uniforme militar". Eso pone el asunto a punto de caramelo. Tener un padre quebrado que vende gorritas tampoco inclina hacia la profesión, pero parece que ayuda. Aunque Richard Sorge y Stirlitz no coincidieran en eso.

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