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Zapaticos de rumba (C. Piza) |
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Siempre nos sentimos agradecidos cuando recibimos una invitación para escuchar la música. Estas imágenes invitan. Los contrastes y las zonas de sombra en el blanco y en el negro se revelan como una ocasión para recordar expresiones y anécdotas, también para imaginar los momentos de silencio que están al principio y al final de un verso, para reinventar las historias que están detrás y alrededor de la música.
Como el son, la gran matriz sincrética de la música cubana, estas imágenes aparecen en una medida rítmica compuesta. No retratan el gesto musical, tratan, sobre todo, de revelar el origen de la música. Guillermo Cabrera Infante narra la indudable relación entre el mar y las memorias. No sólo porque aquel es vasto, profundo y eterno, sino porque viene en ondas sucesivas, idénticas e incesantes como los recuerdos.
Las fotos de Cristina Piza parecen salir de esta analogía con el mar y orientan nuestra evocación de la música hacia los gestos, las miradas e historias que preceden y provienen de ella; que generan y recogen la onda sonora, que retoman la poesía de lo cotidiano en la música.
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Jovellanos (C. Piza) |
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Salón de belleza (C. Piza) |
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Estas imágenes hablan de una isla compuesta en gran medida de viajes; del encuentro de las raíces yoruba con aquellas indígenas y europeas; de los cantos campesinos con las orquestas de la capital; de la fusión del lamento de hombres y mujeres con aquel de la piel de los tambores.
La música ha sido un puente entre las diferentes generaciones de cubanos y conserva dentro de su extrema tristeza o en su más alegre desenfado aquel elemento de inquietud y de catarsis, hoy en parte liberado y nuevamente presente en los músicos que atestiguan la extraordinaria capacidad de esperanza de esta Isla. Este sonido se escucha en las fotos de Cristina Piza.