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La moral de un siglo perdido
DIMAS CASTELLANOS, La Habana Parte 1 / 2

La moral, como componente de la cultura y regulador de las conductas humanas, es resultado del devenir histórico, pero no es un efecto pasivo, una vez conformada, adquiere independencia y participa como causa del desarrollo social. Ignorar su rol activo en las transformaciones sociales, impide comprender y, por tanto, influir en ellas.

El siglo XX cubano nace marcado por una herencia ético-moral, preñada de elementos negativos que interaccionan con las nuevas condiciones e influyen en las relaciones sociales y en la conformación de las conductas ciudadanas.

La República —inaugurada en condiciones de tutela extranjera, constitución formal, independencia y soberanía limitadas— se monta sobre la simbiosis de hacendados y políticos vinculados a intereses extranjeros, con una sociedad civil emergente, sin vínculos con el poder, y con problemas raigales irresueltos como la concentración de la propiedad agraria y la integración del negro, factores que impidieron la participación cabal de esos sectores en los asuntos nacionales y que definieron los desencuentros entre política y sociedad, y entre nación e intereses privados.

La participación como medio de influencia, desde la individualidad, en los destinos sociales; la sociedad civil fuerte y autónoma, como espacio imprescindible de interacción y definición de intereses ciudadanos y la igualdad de oportunidades, como premisa para promover el interés individual y social, necesitan de la libertad de los ciudadanos, condición básica para la conformación de conductas cívicas generalizadas que no podían lograrse sin antes alcanzar la libertad e independencia plenas de la nación en formación.

La comprensión de ese cuadro social permite explicar aquello que Mañach denominó “vacío e intencionalidad colectiva” y que Pittaluga calificó como “ausencia de voluntad colectiva de empresa”, es decir, inexistencia de orientación y de programa comunes para encauzar al país hacia un destino común. Destino que requiere de la formación de esa voluntad, en condiciones de libertad, donde el individuo devenga en agente de formación histórica mediante la regulación de sus conductas en la interacción social, según los códigos éticos-morales predominantes.

Las conductas ético-morales resultantes y predominantes en el tiempo analizado se pueden agrupar en tres discursos:

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