Viernes, 30 noviembre 2001 Año II. Edición 247 IMAGENES PORTADA
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La Habana: ¿a propósito de qué?

por JORGE OLIVERA CASTILLO Parte 1 / 2

Es obesa y velluda. Su timidez no impide sus paseos nocturnos siempre rápidos y firmes, como los de una quinceañera.

Estilizarse a la manera de Naomi Campbell es prácticamente imposible. La gula la persigue con insistencia sádica. Lo mismo da un pedazo de pan, adquirido en moneda nacional y con 20 días de añejamiento, devenido símil del ladrillo, que un yogurt avinagrado por la falta de frío tras varias horas de apagón.

Algunos la llaman Doña Bárbara por el estoicismo manifestado en cada banquete. Para otros es, simplemente, la carroñera.

Ella inmutable. Le importa un bledo la maledicencia y los comentarios capciosos. Su vida es así, de período especial en tiempos de paz, de guerrilla. La cuestión es rapiñar el bocado del día a como dé lugar.

Los medios a los que recurre para mantener en acción sus mandíbulas resultan harto peligrosos. Doña Bárbara le rinde culto a la vagancia con pasión fundamentalista, por tanto, el hurto de alimentos, independientemente de su estado, interviene como factor de vida o muerte.

Por fortuna, hasta ahora sólo ha recibido rasguños y sofocones en medio de la oscuridad.

La gordiflona tiene paciencia, pero en ocasiones se desespera ante la incertidumbre de pasar la noche en blanco, algo que puede costarle la vida a manos de Armando y Rosaura, sus irreconciliables enemigos. Las precauciones son pocas ante la intención homicida del matrimonio.

Un asesinato sería motivo de aplausos. En definitiva, el toletazo tendría como destino el occipital de una hembra de ojos pequeños y aspecto gris: una rata.

Varias docenas de estas criaturas usurpan los interiores de la abigarrada cuartería, ataviadas con la mugre y el olor a infierno. Para conservar la ambientación fluye sereno e impúdico un río de aguas albañales cuyo caudal invade cada madrugada la cordillera de inmuebles sin muebles. Las emanaciones y la marea de orina y excrementos no bastan para remover las conciencias de los funcionarios locales. Sólo hay un equipo idóneo para solucionar estos males, y problemas similares pululan en una zona que supera el 50% del área metropolitana. En pocas palabras: La Habana huele a mofeta en cautiverio.

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