Viernes, 30 noviembre 2001 Año II. Edición 247 IMAGENES PORTADA
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Alabama: Los visitadores y el escribidor

por RAFAEL E. SAUMELL Parte 1 / 2

Entre el 23 y el 26 de octubre se celebró en Francia un Congreso Internacional dedicado a la vida y obra de Mario Vargas Llosa. Estuvo organizado por el académico Roland Forgues, una autoridad en literatura peruana, y patrocinado por la Université de Pau et des Pays de l'Adour. Pau y Tarbes, localizadas en el sur del país, fueron las dos ciudades que acogieron al autor de Conversación en la catedral y a más de treinta investigadores provenientes de Perú, México, Venezuela, Suiza, Inglaterra, Canadá, Estados Unidos, España, Australia y la propia Francia.

Se aprovechó la ocasión para entregarle al homenajeado un doctorado honoris causa. Éste respondió con un interesante discurso dedicado al tema de la preservación de la literatura impresa frente a los avances del libro electrónico. Igualmente, los respectivos alcaldes de las ciudades de Pau y Tarbes reconocieron la importancia del escritor peruano y por ello le hicieron merecedor de las medallas que emblematizan ambos sitios.

Vargas Llosa dio indicios de su noble personalidad. Atendió a todos por igual, compartió con quien quiso abordarlo, escuchó disciplinada y atentamente cada ponencia que se leyó después de su llegada y opinó sobre los temas y los trabajos debatidos sin poses superiores ni demagógicas.

Para mí, al igual que para el profesor Alejandro González Acosta, titular de la Universidad Autónoma de México (UNAM) y la profesora Mariela A. Gutiérrez, de la Universidad de Waterloo, Canadá, aquélla fue una oportunidad privilegiada y significativa desde muchos puntos de vista. Los tres somos cubanos exiliados. Todos residimos en diferentes países, pues yo estoy radicado en los Estados Unidos. Mariela emigró muy temprano. Alejandro y yo, que lo hicimos mucho después, pertenecemos a la generación que debió leer a Vargas Llosa de forma clandestina y, por supuesto, en ediciones extranjeras.

Desde que se pronunciara en contra del arresto del poeta Heberto Padilla (1971) y sostuviera una fuerte polémica con la desaparecida Haydée Santamaría por la misma época, el nombre del escritor peruano es sinónimo de maldición. No se le divulga ni se le estudia en Cuba como es merecido.

Por eso, cuando me tocó leer mi ponencia, dedicada a la Historia de Mayta y sus lazos con la narrativa testimonial, le dije a Vargas Llosa en persona que me sentía halagado por poder hablar de él en público, sin atacarlo, sin temor a ser perseguido y sin correr peligro por confesar que lo había leído bastante y con mucha afinidad político-literaria.

Para que la audiencia internacional entendiera mejor el propósito de mis palabras agregué que una prueba, paradójica, de cuanto acababa de decir, se halla en el cuento de Senel Paz que sirve de base para la película Fresa y chocolate. Allí, en ese filme oficial hecho en Cuba, la seña de identidad contestataria está ejemplificada por el personaje "desviado", quien osa tener una novela de Vargas Llosa. Igualmente agregué que de los numerosos títulos ya editados por dicho escritor, sólo se ha publicado uno en 42 años de gestión editorial por parte del régimen de La Habana.

Había en mi actitud otros factores influyentes que explican por qué Vargas Llosa es un autor importante para quienes disentimos del comandante Fidel Castro. Soy un ex preso político, condenado a cinco años de prisión por un delito de opinión, esto es, por el contenido de unos relatos que tuve la insensatez y la imprudencia infinitas de escribir en Cuba sabiendo que la censura puede llegar hasta nuestros escondites más privados. En este sentido, vale la pena recordar lo que González Acosta dijo a los asistentes: "En Cuba, George Orwell habría sido un escritor costumbrista".

Muy pocos escritores latinoamericanos se han atrevido a enfrentarse a las autoridades habaneras. Por eso, aproveché lo mejor que pude cada uno de los breves contactos que tuve con él. En especial le agradecí lo que había venido haciendo en cuanto a Cuba durante estos largos años. Recuerdo que me dijo: "De nada, hay que seguir machacándolos".

También nos mencionó, a González Acosta, a Mariela y a mí, la amistad, el aprecio y el respeto profesional que siente por la persona y la obra de otro atacado por la nomenclatura de la Isla: Guillermo Cabrera Infante. Nos contó lo que sabíamos. Que los dos viven en Londres y muy cerca el uno del otro.

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