La Habana: Casados con la pobreza |
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por PEDRO CRESPO JIMéNEZ |
Parte 1 / 2 |
Son un matrimonio de profesionales jubilados, decididamente preocupado por el destino nacional, que tiene un común denominador: el de ser pensante y, por tanto, refractario a manipulaciones de todo género. Son cubanos comunes y corrientes y esa condición facilita que tengan los pies bien puestos en la tierra.
Lectores infatigables, Silvio y Ana tuvieron un día acceso a cierta revista extranjera en la cual un académico norteamericano, Rudi Dornbusch, enfocaba la tan controvertida transición rusa del socialismo burocrático a la economía de mercado, y resumía que en esa transición las "mafias y los saqueadores han sido los más beneficiados". Ante tal revelación, el matrimonio comenzó a hacerse preguntas: ¿De dónde salieron esas mafias y esos saqueadores? ¿A dónde se fugaron los anticuerpos de 70 años de socialismo real?
A menudo corre la tinta en los medios de difusión masiva para referir crecimientos económicos, incluso espectaculares. Así, se ha informado, por ejemplo, que el producto interno bruto experimentó un crecimiento el pasado año. El problema es que las cifras macroeconómicas ofertadas por la prensa oficial, prácticamente no guardan correspondencia con la realidad. Por lo demás, el fenómeno tampoco es local. También el pasado año, de acuerdo con el último informe anual del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), la economía latinoamericana mostró, en conjunto, signos favorables en casi todos los indicadores, aunque 150 millones de personas (un tercio de la población total) arrastran una situación de pobreza.
Pero, ¿quiénes son los pobres? Se dice que aquellos cuyos exiguos ingresos apenas si satisfacen una serie de necesidades básicas. ¿Y quiénes son los indigentes? Aquellos que no tienen ingresos o no pueden procurarse con ellos la elemental alimentación.
Silvio y Ana reciben, entre los dos, pensiones que totalizan 330 pesos mensuales. Con ellos han debido enfrentar la realidad cubana, muy distinta a la que vivieron en décadas anteriores y que ahora, de cierta manera, recuerdan con nostalgia. Aquella época, no tan lejana, en que podían comprar con moneda nacional en el mercado Centro —antigua Sears— una buena factura por 200 o 300 pesos, o una suculenta pierna de cerdo por 80. Entonces, entre ambos percibían casi 800 pesos mensuales, y la vida, sin ser boyante ni mucho menos, no exhibía el rostro deteriorado de la actual.
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