Martes, 16 octubre 2001 Año II. Edición 214 IMAGENES PORTADA
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La Habana: El índice Liborio

por TANIA QUINTERO  

A la gente en Cuba no le interesa que la Bolsa de Nueva York, dos semanas después del ataque terrorista, siga estando en baja. Nadie tiene idea del Down Jones. Aquí, el problema es otro.

Hoy, por ejemplo, es la cuarta vez que tocan a mi puerta. Ahora es un hombre barbudo, circunspecto, con un maletín negro, tipo portafolio, y una mochila de buena presencia. Antes de que hable pienso: "Uf, éste debe ser un tipo de la Seguridad". Me equivoco de raya a raya. En voz baja me dice: "Buenas tardes, señora". Yo, seca: "¿Qué desea?". El hombre: "¿No quisiera comprar pescado fresco o queso blanco?". Yo: "No, gracias, no tengo dinero".

No puedo evitar pararme en la terraza y verlo salir del edificio. En una Habana cuajada de policías, difícilmente lo pararán. No tiene la más mínima pinta de merolico o vendedor furtivo.

Este caso forma parte de las artimañas de que se valen los cubanos para sobrevivir. No hace mucho una esbelta joven, enfundada en una lycra, con una mochila de Adidas, acompañada por un niño bien vestido andaba proponiendo una mercancía más peligrosa que el pescado y el queso: colas de langosta. Grandes y hermosas, a dos dólares cada una.

Antes del barbudo con fachada de funcionario, había tocado un guajiro de Matanzas que viene dos o tres veces por semana con habichuelas, plátanos, aguacates, queso y barras de guayaba. Camina kilómetros y kilómetros y pasa sustos y sustos. Porque él sí, a la legua se ve que es del campo.

Y entre tantísimas cosas prohibidas se encuentra ésa: vender por cuenta propia productos agrícolas. El café está terminantemente prohibido y también los derivados lácteos. Los "traficantes" de mariscos y de carne de res se exponen a la cárcel.

El viernes, la primera persona que tocó fue una mulatica con un par de jabas. Las traía cargadas de huevos a dos pesos cada uno. Ella no me lo preguntó, pero se lo dije: "Mira, esta semana vinieron los huevos por esta zona y no creo que encuentres muchos compradores". "Gracias", respondió bajito.

Al segundo no le abrí. Vi por la mirilla que parecía otro vendedor. Falso. Era la iglesia evangélica Embajadores de Dios, sita en Dolores entre Porvenir y Octava, en Lawton, mi barriada. Tocó de nuevo y finalmente metió por debajo de la puerta una hoja suelta titulada Siete cosas que usted debe saber. Al final piden que uno se hinque ante Dios y pida de Él perdón por el pecado y la salvación del alma. "Debe ser que después de la tragedia ocurrida en Estados Unidos y ante la amenaza de guerra, se han activado las diferentes religiones", pienso.

Ya cuando escribía este trabajo, segura de que nadie más tocaría, volvieron a llamar. De nuevo la mujer flaca, desencajada con el niño de ojos tristes. Otra vez la misma historia de que tiene al marido preso. Y yo vuelvo a decirle lo que le he dicho otras veces: "Mira, ve a la iglesia, que allí funciona una pastoral penitenciaria". Esta vez me dieron ganas de decirle que si su situación es tan desesperada y nadie le ayuda, se siente en un lugar céntrico con un cartel denunciando su problema.

Si a esto le sumamos que es bajo el porcentaje que compra la prensa oficial, enciende el televisor para ver las mesas redondas —si acaso el noticiero— y, en general, no tiene avidez por informarse de lo que pasa más allá de su territorio, es lógico que lo que hoy tanto preocupa, la desaceleración de la economía estadounidense y su repercusión mundial, no sea asunto que nos quite el sueño. Claro que a la Isla llegarán las repercusiones y nos afectarán aún más, pero como dijo un señor en la calle: "Aquí lo que preocupa es que el dólar deje de venir por la Western Union y no si sube o baja en Wall Street".


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