Martes, 16 octubre 2001 Año II. Edición 214 IMAGENES PORTADA
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La Habana: ¿Enemigo sin rostro?

por TANIA QUINTERO  

Conmoción y dolor fueron los sentimientos que golpearon el corazón de los cubanos en la mañana del 11 de septiembre, al enterarse del horror ocurrido en Nueva York y Washington.

La noticia corrió de boca en boca. Enseguida la gente sintonizó la radio. Al filo de las 11 de la mañana, ya toda Cuba veía por la televisión las imágenes de la CNN y otras cadenas, comentadas por Irma Cáceres y Héctor Martínez. El servicio informativo se mantuvo durante todo el día.

En el interior, donde a pesar de la interferencia del Gobierno se puede escuchar Radio Martí —no así en la ciudad de La Habana— los ciudadanos pudieron conocer más detalles de lo que estaba sucediendo. La emisora, radicada en Miami, se puso en función de la tragedia y comenzó a transmitir ininterrumpidamente hasta la madrugada.

Para la generación que peina canas, este martes negro trajo a la memoria dos fechas nacionales amargas. El 4 de marzo de 1960, en el puerto de La Habana, era saboteado el barco francés Le Coubre, con un saldo de decenas de muertos y heridos. El 6 de octubre de 1973, una nave de Cubana de Aviación, que desde Barbados se dirigía a la capital cubana, explotó en el aire, pereciendo sus 73 ocupantes, entre ellos un equipo de deportistas que regresaba de una competencia juvenil de esgrima.

Los cubanos no se podían creer lo que estaban viendo y oyendo. La realidad, terrible, superaba la ficción, tan común en los efectistas filmes de vídeo vistos a diario en toda la Isla.

Por la tarde, en la reinauguración de la escuela pedagógica Salvador Allende —el 11 de septiembre se conmemoraba el aniversario de otro drama, la muerte del presidente chileno y la toma del Palacio de La Moneda por el general Augusto Pinochet— Fidel Castro pedía calma, serenidad y una política sensata para enfrentar el desastre; sugería la creación de una "internacional contra el terrorismo" —una propuesta similar era hecha por diputados de la Duma rusa— y ofrecía ayuda humanitaria. Horas antes, el canciller Felipe Pérez Roque ponía a disposición del Gobierno de los Estados Unidos los aeropuertos cubanos.

La ecuanimidad solicitada por Castro coincidía con la alocución del Papa, quien desde el Vaticano llamaba a la cordura para luchar contra la espiral de odio y violencia.

Aunque en Estados Unidos y en el mundo las miradas se dirigen hacia fundamentalistas islámicos y agrupaciones terroristas árabes y las primeras evidencias señalan como culpable al saudí fugitivo Osama Bin Laden, oculto en las montañas del Afganistán de los talibanes (el 11 de septiembre se cumplía un año más de los acuerdos de Camp David), en Cuba algunos ciudadanos piensan que no debe olvidarse el atentado de Oklahoma, en 1995, concebido y realizado por un estadounidense vengativo e irracional, Timothy McVeigh, ya ejecutado.

El devastador ataque contra las torres gemelas del World Trade Center de Nueva York, símbolo del poderío económico y financiero de Estados Unidos y el capitalismo, y contra las oficinas del Pentágono, sede de las fuerzas militares de la primera potencia del orbe fue más que un inhumano acto de terror. Ha sido la evidencia de cómo serán las guerras en el siglo XXI, época de la globalización y de las más avanzadas tecnologías.

Para los especialistas, ésta ha sido una sofisticada acción de guerra global que ha precisado de cuantiosos recursos económicos y de la inteligencia de hombres y máquinas.

Si el 9 de noviembre de 1989, la caída del Muro de Berlín conllevó un cambio de mentalidad, de la catástrofe del 11 de septiembre del 2001 en Norteamérica, más que venganza, se debe sacar una lección: que la violencia engendra violencia y que la paz sólo podrá alcanzarse en el planeta si la reflexión y el raciocinio logran prevalecer sobre el fanatismo y la locura.


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