Viernes, 27 septiembre 2002 Año III. Edición 460 IMAGENES PORTADA
Sociedad
El enigma de la Plaza de Armas

Al centro del Casco Histórico, cruce de caminos de La Habana turística, ciertos libros por 'cuenta propia' vulneran la censura oficial.
por JOSé HUGO FERNáNDEZ, La Habana Parte 3 / 3

Y Pelayo puntualiza: "Claro que el Gobierno puede poner aquí librerías estatales, cuyas ventas son más controladas y cuyas ganancias quedan enteramente de su parte. Ya en varias oportunidades se ha corrido la bola de que van a hacerlo. Pero hasta el día de hoy seguimos nosotros. Algo bueno tendremos para que no nos quiten".

No hay dudas, algo bueno tienen. Y en ello radica la clave de uno de los misterios que hoy rodean la Plaza de Armas. Pero tampoco hay por qué apresurarse a creer que el éxito de este negocio particular y, aún más, su permanencia contra viento y marea en un ámbito de importancia estratégica, responde únicamente a las habilidades de su eficiente equipo. De hecho, en La Habana hay otros muchos libreros tan eficaces y experimentados como ellos, pero ninguno cuenta con sus garantías y ventajas comerciales.

Es verdad que la idea de sustituir este mercado por establecimientos estatales, de probada ineficacia en sus servicios y falta de atractivos, resulta tan inoperante que al parecer ni siquiera sus presuntos beneficiarios le han dado calor. Pero habría que preguntarse hasta qué punto pueden interesarle al Gobierno, en este caso, las ganancias económicas, más bien poco significativas si se comparan con las que reportan otros productos de la misma zona. Eso por no contar el engorro que representaría para ellos mantener bien surtido medio centenar de estantes en los que el cliente está acostumbrado a ver títulos y autores que no alinean en sus planes ni en sus presupuestos para compras en el exterior. De igual modo, es dudable que les preocupe la superioridad de este mercado frente a sus propias librerías. Porque si así fuera, lo hubiesen resuelto de un plumazo, o sea, con un simple decreto prohibitivo, que es aquí la forma comúnmente adoptada para enfrentar la competencia.

Más substancioso será ver también el asunto desde la perspectiva de otros intereses. Por ejemplo, ya quedó dicho que la Plaza de Armas es un esencial cruce de caminos para el turismo internacional que visita La Habana. Pocos lugares hay aquí más aparentes para proyectar hacia el exterior, en vivo y en directo, la nueva política de supuesta apertura y democratización que desarrollan hoy las instituciones culturales oficialistas. Si los libros "malditos" se venden como pan caliente en el más preponderante y concurrido mercado de viejos de la capital, ¿cómo es posible convencer a alguien de allá o de acullá de que sus autores engruesan la lista negra del Gobierno?

Por otro lado, y a pesar del enigma que gravita sobre ciertas zonas de la demanda en este mercado, lo cierto es que la compra de libros en dólares no constituye prioridad para el habanero común, y más si se consideran sus precios, indudablemente bajos para la media internacional pero inalcanzables para el bolsillo de la mayoría de la gente aquí. Entonces, si es que definitivamente hubieran decidido abrir un fisura para la venta de obras "malditas", ¿qué lugar sería más idóneo que éste, de amplio acceso para el visitante extranjero y que, a la vez, propicia por sus características que la mayoría del pueblo se mantenga a salvo de la contaminación de esos libros "enemigos"?

Con preguntas más que con respuestas —dadas las circunstancias— habrá que enfocar el enigma de la Plaza de Armas. A fin de cuentas todos los caminos sirven para acercarse a la verdad. Y en La Habana, como en cualquier otro punto del planeta, no existen misterios sin explicación. Sólo misterios que aún no han sido explicados, por desidia, conveniencia, desdén o miedo.

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