Viernes, 27 septiembre 2002 Año III. Edición 460 IMAGENES PORTADA
Sociedad
El enigma de la Plaza de Armas

Al centro del Casco Histórico, cruce de caminos de La Habana turística, ciertos libros por 'cuenta propia' vulneran la censura oficial.
por JOSé HUGO FERNáNDEZ, La Habana Parte 2 / 3

De acuerdo con la afirmación de este hombre y luego de un repaso más o menos detenido a unas cincuenta tarimas atestadas de libros, tal vez podría conformarse una especie de catálogo general con los temas y autores que más busca el cliente en la Plaza de Armas. En primer lugar, están los relacionados con el folklor afrocubano, especialmente los que llevan las firmas de don Fernando Ortiz, Lidia Cabrera, o de la escritora de moda, Natalia Bolívar. Le siguen los libros de historia de Cuba, así como de asuntos inherentes a la política oficial y sus representantes, aspectos de interés para un cierto segmento del turismo que visita la Isla. Luego vienen las misceláneas: novelas, relatos, poesía, ensayos, testimonios, esoterismo, diccionarios... Dentro de este último grupo se destacan los libros "malditos", es decir, aquellos cuya impresión y venta legal están prohibidas por el régimen, sean o no cubanos sus autores. Y hay que ver la cantidad de obras de este tipo que pueden ser halladas en la Plaza de Armas, en una oferta que a todas luces parece armonizar con los altos niveles de la demanda.

Ello lanza a rodar sobre su peso una nueva interrogante: ¿ignoran las autoridades la existencia de esta línea de mercado underground que está echando por tierra la veda tan rigurosamente impuesta en el país en torno a los escritores "enemigos"? Y una pregunta más: si como debe suponerse es el turista extranjero ese cliente a quien va dirigido el mercado de la Plaza de Armas, ¿cómo desglosar una demanda que marca sobre todo el gusto y la necesidad reprimidos del lector local?

Ángel Lacalle es un hombre con más canas que dientes y, según su cuenta, con más de treinta años de experiencia en el oficio de librero. Desde una privilegiada ubicación en la Plaza, muy cerca del restaurante La Mina, al pie del Palacio de los Capitanes Generales, asevera: "Sí, nuestras ventas se dirigen fundamentalmente al turismo. Pero aquí sucede algo parecido a lo de esas tiendas, las shopping, que son para extranjeros porque nosotros no tenemos dólares. Pero es el caso que ningún turista viene a Cuba a comprarse una licra, un pitusa o un par de zapatos. Tampoco viene nadie desde Europa hasta la Plaza de Armas para comprar una novela de Kundera, de Vargas Llosa o de Cabrera Infante. Pero lo cierto es que esas novelas vuelan de nuestros estantes, de la misma manera que los zapatos y las licras se escurren de las shopping. Si ahora mismo yo coloco aquí, como ya lo hice otras veces, algún libro de Reinaldo Arenas, o El hombre, la hembra y el hambre, de Daína Chaviano, dentro de un par de horas ya me los habrán comprado. Y es muy poco probable que los compradores sean turistas. Y si lo son, vendrán acompañados por alguien tan del patio como yo".

Otro librero del ala derecha, que gusta ser llamado El Chino, añade: "Yo tengo un grupo de clientes fijos, a los cuales les guardo libros de escritores cubanos que viven afuera y cosas así. Ninguno es extranjero. Lo que me compran los turistas son libros del Che, Camilo y la Revolución, también libros de santería. Pero mis mejores compradores son cubanos. De dónde sacan el dinero, no lo sé. A mí lo que me importa es que vengan, compren y paguen".

Por su parte, Lacalle adiciona que a diferencia de muchos libreros de viejos que él conoce, a los de la Plaza de Armas no se les prohíbe expresamente vender las obras de autores "malditos". "Nunca me han dicho nada al respecto, ni en un sentido ni en el otro, aunque yo tampoco los exhibo delante de su cara. Pienso que tal vez se hacen los de la vista gorda porque éste es un sitio turístico. No es como en esos estantes que encuentras en la calle Reina o en Galeano, dedicados a la venta en moneda nacional para la gente del pueblo".

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