Viernes, 24 enero 2003 Año IV. Edición 541 IMAGENES PORTADA
Opinión
El momento y su respuesta

Si no hay alternativas, ¿cómo puede haber elecciones? De la Asamblea Nacional al Proyecto Varela.
por ARTURO LOPEZ LEVY, Nueva York Parte 2 / 3

En 2007, cuando finalice la selecta legislatura de marras, el Comandante habrá rebasado sus ochenta abriles. Tal y como apunta el reciente incidente del mosquito valiente y la pierna izquierda, el carisma del Comandante puede faltarle a sus seguidores en la Asamblea, en la marcha combatiente o en cualquier otra trinchera. Si no se realizan importantes cambios que otorguen un mínimo de viabilidad en los próximos años y representen los intereses de los nuevos sectores y modos de pensar de la sociedad cubana, es posible que el tiempo político se le reduzca considerablemente a las autoridades. Dejar que Cuba se aboque a un callejón sin salida, sin espacios para la conciliación y el dialogo con una población políticamente dividida, sería antipatriótico.

Dadas esas condiciones se impone analizar con objetividad las carencias del sistema electoral vigente. Incluso si se rechaza la democracia representativa como lo hacen los defensores del sistema de Poder Popular, el tema de las restricciones a la información golpea directamente el contenido democrático del sistema político cubano. Para ejercer sus derechos democráticos a través de cualquier sistema, la población requiere información. De lo contrario, ¿cómo va a elegir a sus representantes? ¿Bajo qué criterio interpretaría incluso la biografía del candidato? Sea cual fuere su naturaleza, todo sistema democrático requiere deliberar, opinar y decidir sobre las opciones existentes. La política optima para la nación no es la de cerrar, sino la de abrir a los electores las más diversas fuentes de información y análisis.

También es imprescindible entonces un mínimo de equidad en el acceso a la información. "Poder es información" dijo el primer ministro británico Benjamín Disraeli, y la revolución cubana, a través de la eliminación del analfabetismo y la expansión de la educación, avanzó en el objetivo democrático de otorgar a las mayorías una mayor capacidad de análisis. Sin embargo, al ejercer un monopolio ideológico sobre la información disponible, el Gobierno comunista restringe las posibilidades del ejercicio democrático.

La paradoja anterior contradice los postulados fundacionales de igualdad del proyecto revolucionario. ¿Cómo se puede combinar el planteamiento alfabetizador de decirle al pueblo "no cree sino lee" y después regular qué libros pueden o no ser leídos? ¿Cómo combinar la notable expansión en las ciencias de la computación que ha tenido lugar en los últimos años con las restricciones a la compra de computadoras y al acceso a Internet a los nacionales? La educación es un fin en sí misma, pues amplia las potencialidades de una vida sana y honesta, pero a su vez es un medio importante para la participación política y el desarrollo. La búsqueda del ideal democrático implica que más personas participen cada vez en la toma de decisiones, pero no como meros coristas o público aquiescente, sino como generadores de ideas y propuestas. ¿Cómo es posible esto si algunos tienen acceso a la información simple y pública que a otros le es denegada?

Algunos defensores del sistema lo catalogan como una especie de democracia plebiscitaria. Esta manera de pensar es muy defendida en la llamada estrategia del voto unido. El pueblo en cada elección como la del domingo no estaría eligiendo entre múltiples opciones sino que tomaría partido en la lucha entre la revolución (que representa la patria y el socialismo en una trinidad inseparable) y el imperialismo. Claro que este argumento hace aguas por varias partes. Primero, ¿cómo se sabe que la estrategia más adecuada de lucha contra el imperialismo es la propuesta por la elite gobernante? Si alguien supone que la mejor forma de derrotar al embargo estadounidense es con una economía más próspera y que la forma más lógica de alcanzarla es abriendo espacios al pequeño y mediano sector privado, ¿cómo lo expresa? ¿Cómo la población —último depositario de la soberanía— manifestaría, si esa fuera su opinión, que para salvar las conquistas de sus luchas o mejorar el sistema de construcción de viviendas aprueba más el programa flexible de Robaina, Alfredo Guevara o Leal, que la rigidez de Hassan o viceversa?

La unidad sólo es auténtica si respeta y refleja la diversidad. Aun aceptando que las elecciones del Poder Popular expresaran un masivo apoyo a la revolución frente al imperialismo, el mecanismo adoptado no ofrece espacios democráticos para elegir las óptimas opciones de cómo hacerlo. Son simplemente un cheque en blanco a los que organizan el proceso, para que hagan con la patria lo que les plazca sin ningún balance o contrapeso. No hay mayor evidencia de lo anterior que el hecho de que cada vez que el poder ejecutivo se ha lanzado en una estrategia fallida, como la obsesión con el plan alimentario estatal a principios de los 90 en oposición a la solución definitivamente probada y aprobada por la población del mercado libre campesino, la Asamblea no le ha puesto rienda alguna. Incluso más: el llamado —según el artículo 69— "órgano supremo del poder del Estado" no ha reflejado siquiera las diferentes opciones existentes entre los propios revolucionarios, no ya decir la sociedad, como corresponde a cualquier poder legislativo.

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