Viernes, 24 enero 2003 Año IV. Edición 541 IMAGENES PORTADA
Opinión
El momento y su respuesta

Si no hay alternativas, ¿cómo puede haber elecciones? De la Asamblea Nacional al Proyecto Varela.
por ARTURO LOPEZ LEVY, Nueva York Parte 3 / 3

Claro que una sociedad organizada sobre la base de la libertad sólo para los revolucionarios no puede catalogarse como democrática, y termina tristemente por cercenar incluso las libertades de aquellos que dice defender. Es una contradicción decir que el partido comunista no postula si constitucionalmente controla y dirige a todas las organizaciones de masas de las comisiones de candidatura. Es una ficción perversa decir que es el pueblo el que a través de la FEU, la UNEAC, la CTC y otras organizaciones escoge a los candidatos, en ausencia de libertad sindical y defendiendo que "la universidad es para los revolucionarios".

Por muchos años, el partido comunista justificó la falta de algunas libertades civiles en las condiciones de emergencia derivadas de la política hostil de EE UU hacia Cuba. "A un país en guerra —dijo el lúcido Carlos Rafael Rodríguez— no se le puede pedir una democracia de paz". Si algunas de esas condiciones tuvieron y tienen actualmente un contenido real, las fuerzas que las sustentaron en el sistema político norteamericano andan en retirada. Los factores que promueven el fin de la prohibición de viajar en el Congreso están en ascenso. Una vez que los norteamericanos puedan viajar a Cuba y vender medicinas y alimentos, al embargo le quedaría menos que a un merengue en la puerta de un colegio. A la máquina del embargo se le está acabando el combustible y con ella las justificaciones que en su terquedad descansan.

Las elecciones no son actos de reafirmación o devoción ideológica. Son por lo menos ejercicios cívicos, con los cuales los gobernados tienen la potestad de cambiar a sus gobernantes. La Asamblea Nacional del Poder Popular ha carecido hasta de esa mínima condición. Si en las elecciones a delegado municipal por lo menos hay oportunidad de escoger entre dos o más candidatos, en las del Parlamento Nacional se trata de una candidatura única. A las personas que propugnan cambios en Cuba a través del sistema no se les da siquiera la opción de escoger entre dos candidatos, el menos conservador o el más reformista, para cada escaño. Si no hay alternativas, ¿cómo puede haber elección?

La aversión a cualquier cambio es más dañina en tanto son los gobernantes a través del partido y su control de las comisiones de candidatura los que determinan con certidumbre todos los desenlaces. Los incentivos para los funcionarios y legisladores se tornan perversos. El sistema posee un sesgo ideológico inmovilista. Si el funcionario se desvía por la extrema izquierda y se opone a las reformas provocando retrasos y desastres, tomará mucho trabajo removerlo, pues simplemente su falta de visión sería sólo un exceso de celo revolucionario. Si, por el contrario, aboga por mecanismos económicos más eficientes pero menos comunistas, o aboga por mayores libertades de viaje, el funcionario lucirá "confuso" o "desviado". En esas circunstancias, los cambios ocurren sólo cuando no queda otra opción.

El concepto de Poder Popular en Cuba ha descansado no en garantías a los inalienables derechos individuales, sino en la defensa de los supuestos intereses de la mayoría a través de la unidad. Sin embargo, esos derechos y la retórica liberadora que los rodea están presentes en la Constitución con la misma fuerza que otros artículos como el 62, que los limita y cercena. El Proyecto Varela ha capitalizado esa tensión y ha situado la pelota en el campo del Gobierno a partir de sus propias reglas de juego. Incluso internacionalmente, no hay mucho espacio en la izquierda para atacar las libertades individuales. No puede esperarse mucha solidaridad para el arresto y represión de personas sólo por firmar peticiones y cartas.

Con una marcha frente a la Sección de Intereses de EE UU no se apaga la generalizada simpatía que más allá de los firmantes existe por dos de las principales propuestas del Proyecto Varela: la referente a los derechos de los cubanos a crear empresas y la petición de reforma del mecanismo electoral que es incoloro, inodoro e insípido. Si la mesa es redonda, no bastan siete decanos de la Facultad de Derecho para cuadrarla. La Asamblea está obligada por la Constitución —incluso después de declarar el socialismo tropical la idea absoluta hegeliana— y por las reglas elementales de la política a dar una respuesta convincente. En entrevista a la periodista Bárbara Walter, Fidel Castro anunció que el Proyecto Varela tendría respuesta "en el momento apropiado". Si su perspicaz olfato político no le falla, el Comandante comprenderá que no sólo debe ser apropiado el momento, sino la respuesta.

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