Aciertos de una propuesta |
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Monterrey: El pataleo de la delegación cubana no consiguió subvertir la Cumbre para el Desarrollo. |
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por ADOLFO FERNáNDEZ SAíNZ, La Habana |
Parte 1 / 2 |
Para la prensa oficial cubana —propiedad absoluta del Estado— los gobiernos que asistieron a la pasada Cumbre de Monterrey pueden dividirse entre los que se pliegan a las presiones de los poderosos, los prepotentes y arrogantes imperialistas, y los que no tienen valor para decir lo que piensan y tienen que esperar a que lo haga Fidel Castro. El de Cuba sería la única excepción, y representaría toda la dignidad del mundo. Cuando se va su presidente, se lleva a ésta última consigo.
La de Monterrey no ha sido la primera cita internacional que entra en crisis en circunstancias similares. En la X Cumbre Iberoamericana el mandatario cubano desembarcó en Ciudad de Panamá, saludó en el aeropuerto a la presidenta Mireya Moscoso como correspondía a la alta investidura de su cargo, y acto seguido se personó en una conferencia de prensa donde denunció que estaban fraguando un atentado contra su persona "cuatro terroristas contrarrevolucionarios". Enseguida dio los datos de su paradero para que las autoridades del país anfitrión los arrestaran. A partir de entonces pasó a un segundo plano el tema central de la Cumbre —los problemas de la niñez— y el supuesto atentado cobró protagonismo.
¿No podía haberse resuelto aquel problema de un modo más institucional en lugar de darlo a conocer primero a la prensa?
En el caso de Monterrey, es difícil encontrar en las versiones contrarias cuánto hubo de realidad, si existió de veras la presión estadounidense o no. El presidente Fox tocó el tema de la cita a su paso por La Habana, el 3 de febrero. Ambos mandatarios hablaron sobre el asunto dos horas y media, según apuntó, el 26 de marzo, un editorial del diario Granma.
Al aceptar la invitación, el gobernante cubano respondió epistolarmente que estaría en Monterrey "el tiempo mínimo", por sus muchas actividades en Cuba. Hasta ahí parecería a un observador imparcial que Castro estaba cooperando con el plan de México.
Pero aun si fuera cierta la versión del Gobierno cubano, no tiene precedente histórico que, incluso en términos diplomáticos, le hayan pedido al líder rebelde que se retirara pronto de la reunión, o que mejor no asistiera. La mera intención es sintomática de una nueva política.
Toda la culpa, por supuesto, la hizo recaer el régimen sobre el canciller de México, Jorge Castañeda. Pero la política exterior del país azteca no la diseña un solo funcionario. Es más bien obra de un equipo de gobierno, cuyas relaciones serán en lo adelante no con la Revolución cubana, sino con la República de Cuba.
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