Viernes, 12 abril 2002 Año III. Edición 343 IMAGENES PORTADA
Internacional
Ginebra una vez más

¿Qué relación existe entre Enron, Kyoto o el tratado ABM y el hecho de que en Cuba se violan los derechos humanos?
por LUIS MANUEL GARCíA, Sevilla Parte 1 / 3
Felipe Pérez Roque
Canciller Felipe Pérez Roque

Otra vez las autoridades cubanas dan la batallita de Ginebra, bailando en la cuerda floja para conseguir que no se les aplique una sanción por violar los más elementales derechos humanos.

El Gobierno de La Habana fue condenado por la Comisión de DDHH, ininterrumpidamente, desde 1990 a 1997. Se le impuso un relator que la Isla no aceptó, amparándose en su autodeterminación y creando más dudas, si cabe, sobre sus votos de respeto a los derechos humanos. En 1998, la moción de condena no fue aprobada, hecho que la prensa cubana celebró como un gran triunfo. Efímero, a juzgar por las sucesivas condenas sufridas entre 1999 y 2001, al aprobarse por mayoría —22 votos contra 20 y 10 abstenciones en 2001— las resoluciones presentadas por la República Checa. Lo que no significa que La Habana haya hecho el más mínimo caso a la exhortación a "asegurar el respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales en Cuba".

¿Tiene algún sentido condenar al Gobierno de la Isla, cuando ello no entraña más que una condena moral, sin ninguna consecuencia política o económica?

¿Tiene sentido que Estados Unidos y el exilio cubano derrochen cada año miles de horas-cabildeo para conseguir una nueva condena?

Y por último: ¿Tiene sentido que las autoridades de la empobrecida Isla se gasten cada año, en viajes y reuniones de funcionarios, en tráfico de influencias y ayudas por votos a países africanos, sumas que paliarían el hambre y la falta de medicamentos de los cubanos, todo para evitar una condena en Ginebra?

El reciente discurso del canciller Felipe Pérez Roque, en el 58º período de sesiones de la Comisión de Derechos Humanos de ONU en Ginebra, el pasado 26 de marzo, puede esclarecer algunas de esas dudas. Pérez Roque insiste en varios aspectos:

1- Urge a democratizar y hacer transparentes los métodos de la Comisión, y subraya su falta de credibilidad y su extrema politización.

2- Define a la Comisión como rehén de los países ricos, y ejemplifica su doble rasero con la crítica al estado de los DDHH en 18 países del Tercer Mundo (en el caso de Cuba por brutales presiones) y ninguno del primero. "¿Es porque no existen tales violaciones, o porque resulta imposible en esta Comisión criticar a un país rico?" Y explica el peso de los países desarrollados dado que éstos "son los que pueden acreditar aquí delegaciones numerosas, son los que presentan la mayoría de las resoluciones y decisiones que se adoptan, son los que tienen todos los recursos para realizar su trabajo".

3- Interpreta el planeta como una tiranía de Estados Unidos, y aunque antes acusaba en bloque a todos los países ricos, más tarde los invita a una coalición antinorteamericana y alerta sobre "un peligro común a todos: el intento de imponer una dictadura mundial al servicio de la poderosa superpotencia y sus transnacionales, que ha declarado sin ambages que se está con ella o contra ella". Admite, en cambio, que Estados Unidos fue excluido del foro, sin que hayan dado resultado sus esfuerzos por regresar.

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