México revisitado |
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La ofensiva de La Habana contra el Canciller Jorge Castañeda: ¿Una advertencia al Gobierno de Vicente Fox? |
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por ALEJANDRO ARMENGOL, Miami |
Parte 1 / 3 |
En 1981, el ex mandatario mexicano José López Portillo dejó fuera a Fidel Castro de una reunión Norte-Sur en Cancún. Según explica el propio López Portillo en sus memorias, lo hizo a petición del ex presidente norteamericano Ronald Reagan. De acuerdo a Cuba, actuó asesorado por su canciller. Fue una tarea delicada para quien estaba a cargo de la cancillería en Tlatelolco. Por varios motivos. No sólo estaban de por medio las cordiales —y únicas en su clase dentro del panorama latinoamericano— relaciones entre ambos países, sino que Castro era entonces presidente del vocinglero Movimiento de Países No Alineados. Un disgusto con el gobernante cubano afectaría la imagen que México se empeñaba en presentar de país independiente del poderoso vecino norteño.
Sin embargo, el objetivo se cumplió con éxito. López Portillo invitó a Castro para una visita a Cozumel. Este aceptó, y la negativa a que participara en la cumbre pasó sin que ocurriera incidente alguno. ¿El nombre del canciller? Jorge Castañeda de la Rosa.
Tras la retirada aparatosa de Castro de Monterrey y los insultos contra el actual canciller Jorge Castañeda Gutman, publicados en el diario Granma, los artículos aparecidos en la prensa mexicana, las acusaciones de senadores de la oposición, y tanto sainete que mantuvo durante una semana frotándose las manos a más de un periodista y político en el Distrito Federal, hay intereses variados por parte del gobernante cubano. De uno apenas se ha hablado: no es lograr la destitución de Castañeda, ni pasarle la cuenta por su pasado izquierdista, ni mucho menos un rencor tardío por los libros de éste sobre la izquierda latinoamericana y el Che Guevara. Ni siquiera intentar menoscabarlo con el recuerdo de la sagacidad de su padre. Es lanzar una advertencia a Vicente Fox.
Castañeda, en este caso, resulta ser el eslabón más débil. Castro lo sabe y por ello toda su furia se ha concentrado en él. No es que su figura no le moleste. Tampoco que no tenga razones profundas para atacarlo, que se explican después. Sólo que —al igual que ha ocurrido en ocasiones anteriores— en el "Escándalo de Monterrey" los niveles de ataques y la algarabía, tanto de los medios gubernamentales como de algunos funcionarios subalternos, ha sido dosificada estratégicamente. Hay mucho de resabio de viejo pueblerino, tanto en los adjetivos gastados del editorial de Granma como en las palabras que Castro usó para referirse al presidente George W. Bush antes de partir apresuradamente de Monterrey. Pero éste es el aspecto emocional del asunto, el color local para consumo de la prensa. Y como en cada ocasión en que persigue un objetivo importante, tras la actuación del gobernante no hay un impulso emocional sino un ejercicio político fríamente calculado, con varios objetivos en mente de los que intenta obtener diversas ganancias.
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