Viernes, 12 abril 2002 Año III. Edición 343 IMAGENES PORTADA
Internacional
Bye, bye, presidente

Chávez no tuvo más opción que enfrentarse a una sociedad civil consciente de sus propios derechos. Tanto que lo expulsó del poder.
por LUIS MANUEL GARCíA, Sevilla Parte 1 / 3

El ya ex-presidente de Venezuela, Hugo Chávez, además de paracaidista y político, era presentador de radio y televisión. Presentador de sí mismo, tal como le había enseñado su amigo y mentor espiritual, el Hablador en Jefe. También aprendió del viejo maestro cómo poner a todas las estaciones de televisión en cadena, para monopolizar con su palabra las orejas de todos los venezolanos. No importaba lo que ocurriera en la calle. La Realidad anidaba en Su Palabra.

Ayer, jueves 11 de abril de 2002, cerca de las 4 de la tarde, el presidente hablaba con un enorme retrato a sus espaldas, desde el que Bolívar lo contemplaba con escepticismo. Hablaba de amor, de su invencible Gobierno y de la concordia nacional, mientras en el centro de la ciudad se escuchaban los disparos de los francotiradores. Escupió sus habituales palabras contra los adversarios políticos, junto a votos de tolerancia, mientras en las inmediaciones del Palacio de Miraflores las armas escupían plomo y una neblina de gases lacrimógenos se adueñaba de la ciudad. Reiteró que era una conjura de los poderosos para derrocarlo. Una oligarquía que al parecer incluye a los trabajadores del petróleo, a los trabajadores agrupados en la mayoritaria Confederación de Trabajadores de Venezuela, a los periodistas independientes, como el fotógrafo Jorge Tortoza, de Diario 2001, que en ese momento caía abatido por un disparo de los Círculos Bolivarianos; o Patricia Poleo, premio de Periodismo Rey de España, quien ha presentado pruebas contundentes sobre la corrupción de algunos generales gracias al Plan Bolívar 2000, programa de obras sociales para el beneficio de los militares. Mientras el presidente hablaba de incorruptibilidad y libertad.

Si las fotos no mienten, una manifestación de entre 150.000 y 500.000 personas avanzando hacia Miraflores, con el propósito de pedir la renuncia del presidente, no puede estar compuesta por oligarcas, ni así alistaran a sus mayordomos y mucamas. Claro que según el diario Granma, fue "una conspiración encabezada por las clases económicamente dominantes, en colusión con los poderosos medios de comunicación a sus servicios y las camarillas políticas corruptas". (No se refiere al Plan Bolívar 2000, por supuesto, ni a los amigos del presidente, aupados a suculentos cargos).

Atizando odios entre clases y sectores, entre unos empresarios y otros, entre distintos estratos del ejército, y entre una parte del pueblo y otra, Chávez consiguió lo que nadie había conseguido: poner de acuerdo a casi todos los medios de prensa, cuya libertad era continuamente "chaveteada". Poner de acuerdo a la patronal y el sindicato. De modo que aunque Granma califique de "paro patronal" al que comenzó el pasado martes y se extendió hasta la caída de Chávez, cualquier hijo de vecino sabe que un paro sin anuencia de los trabajadores es tan prodigioso como el agua seca. Tampoco lo ignora el diario cubano, porque más adelante enuncia que "la ilegal directiva de la Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV) y la de la patronal Federación de Cámaras de Comercio (Fedecámaras) organizaron la acción subversiva mientras hablaba a la nación el presidente Hugo Chávez". La ilegal directiva elegida por los ilegales trabajadores subvirtió al legal presidente.

Hablaba a la nación el presidente, mientras los discípulos de las Brigadas de Acción Rápida y del Contingente Blas Roca —varias fuentes apuntan el dato de que agentes enviados por La Habana se encargaron de su entrenamiento en el arte del palo y la cabilla— esperaban a los manifestantes. La espera se convirtió en desesperación cuando comenzaron a disparar. Dispararon los manifestantes contra los chauvistas y la Guardia Nacional, dicen en La Habana. Por suerte tenían tan mala puntería que se mataron entre ellos. Y la imagen de Richard Peñalver, concejal del Cabildo Metropolitano por el partido de Gobierno, disparando desde un puente contra los manifestantes, seguramente fue trucada por la CIA. El resultado: 16 muertos, cien heridos y un presidente desaparecido. Claro que en realidad lo que ocurrió fue que los oligarcas "incitaron a los manifestantes a dirigirse a la sede presidencial, ocasión en que fueron repelidos originándose enfrentamientos" (Granma dixit). Enfrentamiento quiere decir: unos disparaban y otros morían. Y la culpa, por supuesto, no es de quienes disparaban a matar, sino de "dirigentes opositores (que) llamaron a la población a continuar en las calles a pesar del peligro que ello significa". ¿No se dieron cuenta los venezolanos que para no correr peligro lo mejor es quedarse en casa esperando el advenimiento de la Nueva Era, hacer silencio, escuchar Aló Presidente, y no llevarle la contraria a Hugo Chávez? ¿No se percataron de que los francotiradores chavistas apostados en los edificios gubernamentales no eran elementos decorativos? Decididamente, estos venezolanos son temerarios.

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