Viernes, 12 abril 2002 Año III. Edición 343 IMAGENES PORTADA
Internacional
Los errores de Chávez

La ineptitud, la tozudez y el desatino acaban en tres años con la 'revolución bolivariana' . ¿Un halo de esperanza para los cubanos?
por ALEJANDRO ARMENGOL, Miami Parte 1 / 2
Castro
Chávez, Castro. Una luna de miel política con futuro
incierto

¿Los errores de Hugo Chávez o el error del pueblo venezolano? ¿Cómo explicar entonces su llegada al poder mediante las urnas? El ascenso y caída del comandante de paracaidistas rebelde, gracias a la frustración popular convertido en presidente de un país poderoso y pobre, es un hecho demasiado repetido, sin un elemento novedoso salvo la testaruda ingenuidad de una ciudadanía que se resiste al abandono de las fórmulas mágicas.

Chávez surgió como un anacronismo que desafiaba la corriente neoliberal en Latinoamérica, que ya a finales de los noventa comenzaba a dar muestras de insuficiencia pero que aún no apuntaba al fracaso. Mientras los neoliberales afirmaban que los largos y tediosos años de proteccionismo económico, ideas izquierdistas y economía controlada no habían logrado la riqueza y el bienestar del ciudadano, Chávez gritaba lo contrario: una vuelta al pasado. Su discurso monótono cautivó lo suficiente para lograr cambios radicales con un amplio apoyo popular. Para explicar el fenómeno se puede argumentar que en Venezuela el 85 por ciento de la población vive en la pobreza, mientras es uno de los países más ricos del mundo en recursos naturales: petróleo de sobra, 3000 kilómetros de costas caribeñas sin explotación turística, oro y piedras preciosas en abundancia y tierras fértiles. El militar convertido en mandatario llegó al poder denunciando al nepotismo, la malversación, el despilfarro y la injusticia como las causas de la crisis. Su denuncia no era original pero tampoco carecía de certeza. Sólo que en vez de dedicarse a gobernar con honestidad, emprendió una aventura política que lo llevó al fracaso. Comenzó repitiendo un discurso autócrata y terminó tan embriagado de sí mismo que pasó de las palabras a los hechos y las órdenes dictatoriales.

Es aquí donde confluyen los errores de Chávez y los venezolanos. Sólo que los segundos tienen la justificación del hambre y la injusticia, mientras el primero se perdió en un afán de poder que satisfacía mediante el sainete político: Chávez no llegó a ser el caudillo prodigioso que torcidamente los pobres anhelaban, sino el fantoche de turno: el boxeador que no se lanza a fondo en el combate y sube al cuadrilátero para intentar recitar endecasílabos torpes. Pero no fue un tonto inútil. Más bien un peligroso dictador que si no llegó más lejos fue porque la sociedad civil venezolana y los militares lograron frenarlo a tiempo, antes de que siguiera destruyendo al país. Si nunca se empeñó en una pelea a fondo, no por ello dejó de dar palos, sino a diestra sí a siniestra.

Desde que llegó al poder se empeñó en manifestar su independencia respecto a Estados Unidos, al tiempo que aspiraba en convertirse en un líder hemisférico. Visitó a Sadam Husein, proclamó su amistad y admiración hacia el gobernante cubano Fidel Castro, rechazó la ayuda humanitaria norteamericana cuando el país sufrió un cataclismo, manifestó su simpatía hacia las fuerzas opositoras a los gobiernos de Bolivia y Ecuador, aumentó la tensión entre su país y Colombia y le brindó petróleo a Cuba a cambio de asesoramiento agrícola. Hizo todo ello en la arena internacional, sin mayores consecuencias en muchos casos, pero no por falta de empeño. De haber surgido 25 años antes, hubiera llegado mucho más lejos. Su desfase ayudó a salvar a Venezuela.

En política y economía nacional, propugnó revertir el flujo migratorio del campo a la ciudad, la intención de que quienes apenas sobreviven en las villas miseria que rodean Caracas se trasladaran a idílicas zonas rurales —sin tomar en cuenta si eran zonas áridas y despobladas, en planes de desarrollo destinados al fracaso— e iniciaran una nueva vida trabajando la tierra o en talleres artesanales. Su plan de recolonización del país, con sus propios pobladores, estuvo destinado al fiasco desde el principio. Por dos razones fundamentales. Una política y la otra económica.

Su poder se apoyaba en los integrantes de la marginalidad urbana. Obligarlos a marchar al campo hubiera sido un suicidio político, sólo posible mediante una dictadura férrea. Pero aunque lo hubiera llevado a la práctica a través de la coerción, el proyecto de lograr el desarrollo por medio de pequeños talleres, áreas agroindustriales y parcelas de autoconsumo, enfocado hacia la sustitución de importaciones y la vuelta a los cultivos indígenas, estaba condenado al fracaso. Algo similar a lo ocurrido en Cuba y otros países. Lo prudente y necesario era incentivar una política de confianza en las inversiones, pero este destino se antojaba demasiado limitado y vulgar para su romanticismo de espada de gesta y militarismo de museo.

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