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Carta a la Cucarachita Martina

por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona Parte 3 / 3

Y ahí comenzaba el disparate. Todos hablaban de sus hazañas laborales, con lo fácil que te resultaba solicitar un informe al Comité de cada cuadra. Todos alardeando de sus méritos y su firmeza ideológica. Una fauna "disciplinada y consciente, que desprecia las intrigas y nada ni nadie alterará su ecuanimidad y sus nervios de acero, consagrada como está a las nuevas tareas asignadas por la dirección" y etcétera. Y ahí viene mi primera sospecha en la incongruencia del drama. Nadie ni ninguno te preguntó, con esa cacareada ecuanimiedad y sus nervios de asere de dónde habías sacado el polvaje. O por qué no donaste las morocotas encontradas para una causa justa. Hay sirigaña oculta en el diálogo. Luego de mentirte con el piropo, calibraban el gabinete donde vivías. Eso no lo dice el texto, pero me la juego al canelo. Un golpe de ojos, al menos, tiraban toditos, para ver dónde podían "consagrarse a las nuevas tareas asignadas por la dirección" y etcétera. La experiencia me dice que nadie le faja a una cucaracha si el entorno no vale la pena, no vamos a hacernos los vanvanes y los chéveres con chivirico. Que el maquillaje no lo es todo en la vida, a menos que sugiera que eras una periplaneca voladora con remesas familiares. En esa escena falta sexo, sobre todo el sexo sentido que pusieron los bichos. Y ahora voy, compañerito por compañerito, en un análisis, valoración, crecimiento del partido.

Mira al gallo: orgulloso, inmodesto, lleno de prepotencia, mujeriego y con una vestimenta bastante extravagante para los cánones de la disciplina socialista. Hum. El gallo está descartado. En provincias, a lo mejor pasa. Lo planchaste con el pretexto de que se levantaba muy temprano y empezaba a cantar. Aunque no le preguntaste qué pregonaba con su kikirikí. Tal vez estaba informando a las autoridades pertinentes, o, en el mejor de los casos, llamando al trabajo honrado, cosa que hace mucho daño en un país como el nuestro. El pato era out por regla, porque conocía muy bien la laguna. Y a Pollito Pito le diste tafia por comebola. Tenía la obsesión de chivatear con eso de: "El cielo se va a caer y el Rey lo debe saber". Como si el Rey no fuera el principal culpable del desmerengamiento de la cúpula. Y al pobre caballo lo lanzaste al olvido por noble bruto, por asemejarse mucho a uno que conozco y por sus dimensiones. Y mira que ya hay serios estudios sobre esa virtud humana que es la paciencia. Lo ilustra el caso del elefante y la hormiga. ¿Qué decirte del perro? El perro es útil cuando ya viene sin tripas. Y tiene un handicap: es el mejor amigo del Hombre.

Así que, en una decisión bastante cuestionada por el respetable —como siempre se le dice al público cuando nos burlamos de él— elegiste al ratón, ese hermanastro de la jutía conga, ese pusilánime e inmundo roedor, que ni siquiera era blanco —lo que le garantizaría una buena pincha en un laboratorio con el cargo de cobaya. Y cobaya donde vaya... ya sabes que rima con frutabomba—. ¿Y todo por qué? Ah, periplaneca, por algo muy sospechoso. En su respuesta a tu pregunta sobre sus actividades nocturnas, el ratoncito Pérez soltó aquello de: "Dormir y callar". Hummmm. Me huele mal. También la rata. ¿Es que el guayabito no se integraba, no hacía, por un supuesto, su guardia boba, su guardia vieja, su zona y su recorrido? ¿No era un ratón zonal, un abre huecos profesional, un vigilante quesonero? ¿Qué significa "dormir y callar", acaso carecía de ímpetus victoriosos, además de arratonarse era pasmado y poco combativo? ¿Sería un ratón de cañaveral, en paro forzoso por el reajuste de nuestra primera industria? ¿Por qué no buscaste un espécimen más cercano a tu género, en el orden de los insectos, por ejemplo, un piojo o un carángano? ¿Son antisociales los caránganos? Sé que son fríos, sobre todo en el polo, desprendimientos de los grandes iceberg. Y hay que iceberg para creer.

Teniendo en cuenta la muerte nada ejemplar de tu roedor, y la confesión de que era una nulidad nocturna, algo me huele a misterio del interior, lo que me hace sospechar que el ratoncito Pérez, que "murió en la olla por la golosina de una cebolla", era, seguramente un gallo tapao. Un super agente, muerto en acción por neutralizar el cebollón enemigo. Un prisionegro del improperio, un David disfrazado de hurón azul, un combadiente esmerado víctima de la sopa de ajos. ¿O era uno del montón ahí, otro practicante de la doble morral, que murió forrajeando?

Creo que jamás lo sabremos. Moriremos marcanos por la sospecha por culpa de Marcano. Pero mirándolo bien, te hubiera ido mejor casándote con un gato. O con un escarabajo, que está más apto para los nuevos tiempos. Es vegetariano y simple. Y si preguntas qué oficio tiene, todo fluye mejor: es carabajo, que se parece mucho a donde se va a ir la fauna como siga hirviendo la cebolla con el cocinero que hay.

Engolosinado y polvoriento
Ramón

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