Martes, 15 octubre 2002 Año III. Edición 472 IMAGENES PORTADA
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Camajuaní: Those are our men

por JOAQUíN CABEZAS DE LEóN Parte 1 / 2
Manifestantes
Breslau, 1988. Manifestantes contra el sistema comunista

Cuentan que al serle mostrada una foto —tomada vía satélite— de la inmensa concentración de personas que ocasionara en Polonia la visita del Papa, el entonces presidente norteamericano Ronald Reagan exclamó en un tono más de western movie que de diplomática retórica: "This is our man". La ausencia de una cabeza visible del peso de un Walesa o un Václav Havel en lo político, o de un intelectual que disienta visceralmente y tenga arraigo dentro de la Isla al estilo de un Sajarov, un Solzhenitsin, un Andrzej Wajda o un Kundera, ha sido quizás el común denominador de estas cuatro décadas de totalitarismo.

El Gobierno cubano se ha cuidado de descabezar la hidra apenas ha roto el huevo, de retirar del calor las nidadas sospechosas de incubar cuervos. No hay ni que referir los más recientes sucesos (Robaina, el caso Ochoa-La Guardia, etcétera), que de espectaculares y televisivos son los más trillados; aunque no menos válidos, huelen a rivalidad pandillera más que a celo político. La llamada Causa Uno, que ya se sabe dista mucho de ser la primera, logró hacer palidecer eventos que por discretos no han sido menos importantes; como muchas otras cosas en los entretelones de la reciente historia nacional, ellos no han sido vistos con claridad y en el momento justo.

El nacimiento de un pensamiento crítico sistemático en el seno de la sociedad cubana tiene sus primeras manifestaciones en una ruptura gradual del modelo estoico esgrimido como paradigma oficial. La graduación de las primeras promociones de las Escuelas Nacionales de Arte, de San Alejandro y el Instituto Superior de Arte (ISA), y en general el alto nivel cultural y técnico de esta segunda generación formada en el seno de la revolución, resultan en una bomba de tiempo que ira teniendo explosiones sucesivas, de una magnitud quizás demasiado moderada para nuestro gusto y, sobre todo, para nuestras aspiraciones, pero de un alcance insospechado.

Las negociaciones bajo la égida del presidente Jimmy Carter rompieron el estatus de ciudad-estado "sitiada", más que "bloqueada", por sucesivos Apocalipsis, y echaron verdadera luz sobre las interminables "desgracias" del resto de los mortales en el resto del mundo, relatadas y extensamente argumentadas por los ideólogos del sistema comunista. Los elegidos, los salvados, los concebidos en el futuro, vieron un día bajarse el puente levadizo, abrirse las murallas en que atesoraban su invaluable salud física y moral, sus innumeras posibilidades de estudio, de acceso al deporte y la cultura, su derecho inalienable a la seguridad social y, sobre todo, a la igualdad social como bien supremo. Vieron descorrerse las cortinas del cielo ideológico e imaginaron la llegada de unos seres endurecidos en la lucha por la supervivencia, castrados emocionalmente por la inhumana competencia que impone la economía de mercado. El consumo doctrinario de la igualdad como norma genera un miedo patológico a lo desconocido, a lo potencialmente diferente.

Pero las rupturas filiales son siempre endebles. El "hombre nuevo" pudo percatarse de que no existían diferencias esenciales entre él y los llegados del más allá. Que las más elocuentes eran demasiado cercanas a sus secretas aspiraciones. La Comunidad continuó llegando y las cosas eran de algún modo distintas cuando los cubanoamericanos se marchaban unas semanas más tarde. Se escuchó a Mick Jagger en una fiesta en un pueblito de provincia —discretamente, claro—, y algunos chicos fueron a su clase de deportes con Adidas, y las lustradas botas militares no fueron un sábado a "una descarga" —ni sus dueños—, y un amigo buscó y leyó Un día en la vida de Iván Denisovich en una edición cubana de los primeros años para saber quién era ese ruso del que tanto hablaban en las emisoras de "el enemigo", y alguien me prestó furtivamente La broma de Kundera, casi deshecha, y ya no sólo éramos algo distintos de los que venían de afuera, éramos algo distintos entre nosotros; y el Gobierno... el Gobierno seguía vociferando, pero cada vez se oía menos.

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