Martes, 15 octubre 2002 Año III. Edición 472 IMAGENES PORTADA
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La Habana: El Imperio contraataca

La exposición de alimentos y productos agrícolas de Estados Unidos y su reflejo en la mesa del cubano de a pie.
por IVáN GARCíA  
Castro
Fidel Castro da el biberón a una cría de bisonte durante
la primera feria de alimentos norteamericanos celebrada
en La Habana

Algo se mueve. Pero el surrealismo político continúa su andadura en la Isla. Un día cualquiera, en una de las habituales Tribunas Abiertas efectuadas cada sábado en diferentes municipios del país, el presidente Castro, vestido de Mr. Hyde —es decir, con su tradicional uniforme verde olivo y sus grados de Comandante único—, con una banderita cubana en la mano, arremete contra el imperialismo yanqui y pronostica el caos económico y el fin del capitalismo. Luego, por la noche, se transforma en Dr. Jekyll: con un elegante traje azul y hablando bajo, casi en susurro, recorre la exposición de alimentos y productos agrícolas de Estados Unidos. Le sigue el gobernador de Minnesota, el extravagante luchador Jesse Ventura.

Detrás, una estela de sonrientes estadounidenses e innumerables periodistas y fotógrafos disparando sin parar. Castro está en su salsa. Acaricia unos terneros y alaba la excelente calidad del arroz de Illinois. En Cuba, la mayoría de la población ve con buenos ojos que el embargo se venga abajo y por los puertos de la Isla entre de lleno el capitalismo norteamericano. ¡A comprar se ha dicho!

Hacer llamadas con celulares Bell. Comprar pizzas Hut. Comer McDonalds. Navegar en PC Compaq. Ver en las noches las Grandes Ligas por la cadena ESPN. Y poder comprar un Chevrolet del año. Sería perfecto, pero aún puede demorar. Bastante más de lo que los cubanos quisieran.

El Gobierno de Bush y el lobby cubanoamericano en el Congreso de Estados Unidos apuestan por todo lo contrario: por más embargo. Por ahora, al menos ya Castro puede, con dólares, al contado, comprar alimentos y medicinas en la codiciada nación. Es algo. Ni un sólo grano de maíz hasta que se levante el embargo de forma total, había afirmado el gobernante. Pero sus palabras se las llevó el viento. En noviembre, un huracán violento con nombre de mujer, Michelle, arrasó con medio país poniendo de rodillas la precaria economía nacional. Bush, el americano malo, tuvo el gesto de ayudar a Cuba con alimentos y medicinas. Castro respondió que no quería nada gratis. "De forma excepcional y única compraremos alimentos a empresas de Estados Unidos", se dijo entonces. Otra pequeña mentira. Los envíos superan ya los 140 millones de dólares y prometen crecer aún más.

Los barcos cargados de arroz, pollos y otros alimentos estadounidenses son habituales en el puerto de La Habana. Pero todavía la comida gringa es un fantasma. Por la cartilla de racionamiento se vendió algún que otro pollo born in USA, y amas de casa aseguran que se ha vendido arroz norteamericano, muy bueno, a 4 pesos la libra (0,20 centavos de dólar el kilo) y de forma liberada.

Pero cubanos comunes como José Arias, obrero de 41 años, junto a su mujer y 4 hijos, siguen sufriendo lo indecible para preparar diariamente dos comidas calientes. "Lo normal es que almorcemos y no comamos, o viceversa", dice. El menú de los Arias es casi siempre igual: arroz, frijoles, yuca o boniato hervido y una fina tajada de aguacate. Sano, pero poco apetitoso.

Para gente como José Arias, la posibilidad de comprar alimentos norteños no ha traído ningún beneficio. "Me importa un comino de dónde vengan los alimentos. Me da lo mismo si son de Estados Unidos o de Francia. Lo que quiero es poder comprar barato en pesos y tenerlos en casa", confiesa.

A su casa puede que tarden en llegar. Donde sí hubo muchos y buenos alimentos fue en la feria de empresarios estadounidenses que se mostró en La Habana del 26 al 30 de septiembre. Porque ni los que tienen dólares han visto en las tiendas esos productos USA.

Desde antes de estas compras a Estados Unidos, en las shoppings de la Isla se vende Coca-Cola, cigarros Malboro, ketchup Del Monte, jugos Libbys y conservas. Pero hacia dónde van y cómo se distribuyen los granos y carnes de este último año es, al parecer, un secreto de Estado.

Luis Gómez, un ingeniero de 40 años, piensa que el Gobierno lo tiene en sus almacenes de reserva estatal para casos de urgencia o desastres naturales como los ciclones. Luisa Medina (24), tendera, asegura que les quitan la etiqueta y se venden en dólares. "En mi tienda hemos vendido arroz y pollo norteamericanos y el cliente no sabe su procedencia", asevera.

Mientras Fidel Castro le da la mano a Jesse Ventura, el cubano común anhela que en su casa aterricen productos made in USA. Que la espera no sea demasiado larga.


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