Martes, 15 octubre 2002 Año III. Edición 472 IMAGENES PORTADA
Desde...
Madrid: Elpidio Valdés vs. Manuela Malasaña

por ENRIQUE COLLAZO Y ZELIG MARTíNEZ Parte 1 / 2
Muñe

Las últimas décadas del siglo XX conllevaron profundos cambios estructurales a nivel mundial: uno de ellos tuvo que ver con el papel que la mujer venía desempeñando en la sociedad. El planeta se ha hecho más femenino desde entonces, a medida que la hembra ha ganado espacios en todos los ámbitos de la vida moderna. Con anterioridad, los hombres apenas se interesaban por conocer las motivaciones y problemas femeniles. Eran ellos quienes establecían las reglas de juego en cada momento; ellas, generalmente, admitían con resignación los limitados contenidos que una colectividad patriarcal les adjudicaba. El amor de la una por el otro se vinculaba a la necesidad de ocupar un puesto social y tener hijos. Tal situación ha dado un vuelco radical: ya la mujer disfruta de independencia financiera, lo cual le permite separar el amor de la economía.

Ello ha conducido a una situación totalmente inédita, al poner en precario la secular hegemonía patriarcal bajo un presupuesto de igualdad y equiparación en todos los órdenes con respecto al varón. En su afán por buscar una nueva identidad y desembarazarse de cualquier relación de poder sospechosa de falocentrismo, así como de alcanzar una autoafirmación alejada del referente del macho clásico, la mujer se han contagiado con determinadas actitudes machistas. Es el caso del llamado donjuanismo femenino, en que —al menos en España— la mujer deviene seductora de hombres que después manipula a su antojo, convirtiéndose en mala imitadora de un fenómeno que encarna los peores vicios de cierta forma de entender la masculinidad.

El hecho de convivir con una pasión, o incluso enamorarse, no representa una motivación fundamental en su vida; se trata de experimentar toda la carga de placer y sensación de dominio que entraña cautivar y manipular a un hombre, aquí y ahora. Como un seductor muy fogueado, para ella el amor ha dejado de ser un sentimiento, lo que importa es competir y sacar ventaja. La pasión no funciona en ese mundo utilitario y competitivo: el sexo, la relación de pareja, son instrumentales y accesorios. El movimiento de emancipación, que debería conducir a una potenciación de los valores femeninos y de su plasmación en prácticas de alto contenido social y humano (sobre todo en un mundo excesivamente masculinizado y deshumanizado), se convierte en un instrumento de degradación personal. Una realidad que ya comienza a reflejarse en la literatura: novelas como La Conversación de Mercedes Salisach y Martázul, de Xosé A. Perozo, expresan el fenómeno. La primera narra las crueldades que un hombre padece a manos de su mujer; en la segunda, una chica de 25 años, desenfadadamente libertina, marcada por su época y por el nuevo rol femenino, reproduce con los hombres las actitudes depredadoras otrora patrimonio exclusivo del macho.

Destacados académicos españoles como José Luis Abellán, catedrático de la Universidad Complutense, han alertado sobre ello. Según Abellán, los niveles de libertad que el feminismo ha conquistado para la mujer deberían servir para que ésta tuviese la oportunidad de cultivar sus valores propios y específicos en cuanto tal, enriqueciendo así al conjunto de la sociedad; no para que, confundiendo libertad con libertinaje, se convierta en burladora de hombres, desvirtuando los verdaderos contenidos del movimiento de liberación femenino. No se gana nada enfrentando unos valores a otros (léase la Teniente O'Neal vs. Pedro Navajas). Ambos están sustentados en una dicotomía de géneros y hasta tanto no se supere tal confrontación no podrán surgir nuevos valores. Sólo así el feminismo se convertirá en elemento de fundación de la totalidad humana.

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