| Aunque no lo escuchen en La Habana |
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| Dos representantes de la mayor de las Antillas son laureados por el mejor béisbol del mundo. |
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| por JORGE EBRO, Miami |
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Si llegar a las Grandes Ligas es difícil, recibir uno de sus pocos premios es casi una proeza con tantos nombres ilustres de por medio. De modo que la aparición de dos cubanos en la lista de laureados bien vale un aplauso, aunque no lo escuchen en La Habana.
Por segunda vez consecutiva, Fernando Viña, de los Cardenales de San Luis, se llevó un Guante de Oro en la Liga Nacional, galardón que se le concede a los mejores fildeadores de la temporada; mientras, Alex Sánchez integró el equipo de novatos, destinado a aquellos jugadores con uno o dos años en las Mayores.
Viña, uno de los jugadores de menor estatura, es un verdadero gigante a la defensiva —y un tremendo bateador de tacto— y junto con el colombiano Edgar Rentería forma uno de los mejores cerrojos que han pasado por la Gran Carpa. Baste decir que superaron, y por mucho, a la combinación de los Mets de Nueva York, donde brillan Rey Ordóñez y el boricua Roberto Alomar.
La historia de Viña es verdaderamente impresionante. En honor a la verdad, no nació en Cuba, sino en Sacramento. Su madre vino embarazada de la Isla con él en su vientre, y dio a luz apenas unos días después de abandonar la modesta casa de familia en el reparto habanero de La Víbora.
"Pero yo me considero cubano", ha comentado Viña en varias entrevistas con un dominio perfecto del español. "Tengo la suerte de vivir en una familia que guarda celosamente las tradiciones cubanas y siento esa fuerza en mis venas. Eso me ha ayudado a seguir adelante en mi carrera".
Por cierto, en sus años de jugador amateur Viña estuvo —en 1989— en La Habana, formando parte del equipo nacional de los Estados Unidos, y visitó el barrio donde hubiera nacido si el accidente político de la Isla no hubiera obligado a sus padres a emigrar.
Posiblemente, detrás de los Yankees de Nueva York y los Medias Rojas de Boston, ningún otro equipo de las Grandes Ligas tenga tanto arraigo y tradición como los Cardenales. De paso, éstos asistieron a la postemporada, donde fueron eliminados por los Gigantes de San Francisco. Por eso Viña ha estado en el centro de la atención del béisbol y es uno de los jugadores más conocidos del momento.
El caso de Sánchez es completamente distinto. El "balserito" juega para un equipo mediocre como los Cerveceros de Milwaukee, que hace años desconoce lo que significa ir a los playoffs y está ubicado en uno de los mercados más pobres económicamente, lo que se traduce en una pequeña cobertura de prensa.
Sánchez tuvo una verdadera temporada de ensueño. Bateó para 289, pero su verdadero talento es la velocidad. Terminó entre los primeros robadores de bases con 37 estafas y se ha convertido en el pelotero más amado en Milwaukee. Hoy por hoy se le considera uno de los mejores jardineros centrales de las Ligas Mayores.
Su historia también serviría para una buena película. Luego de abandonar Cuba en una balsa, en 1994, Sánchez estuvo más de 10 meses en la Base Naval de Guantánamo. Allí, para matar el aburrimiento, jugaba al béisbol contra un equipo formado por marines estadounidenses.
Sin embargo, fueron los propios soldados los primeros en percatarse del talento del cubano, y le pidieron enconadamente que no lo malgastara. El consejo no cayó en saco roto y hoy se ha ganado un lugar dentro de los grandes en la mejor pelota del mundo. Para él, con apenas 24 años, lo mejor está por llegar.
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