Ilusión y realidad |
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Fútbol: La selección nacional Sub-20 regresa a casa con las manos vacías. |
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por IVáN GARCíA, La Habana |
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Se fueron de La Habana con el sueño de clasificar para el Mundial Sub-20, a efectuarse en los Emiratos Árabes en 2003. Y regresan de Panamá con las manos vacías.
Habría que preguntarse qué teoría peregrina tendría en su cabeza el Director Técnico, Miguel Company, peruano de nacionalidad, cuando tocó campanas al vuelo. Quizá el buen desempeño en las preliminares del Caribe pudo despertar su ilusión. Cierto que entonces el once cubano anotó 16 goles en 5 partidos y permitió 3.
Pero se sabía que la cuadrangular de Panamá era más exigente. Y lo fue. Los criollos abrieron el miércoles 16 frente a México. Los aztecas les dieron un baile. Les ganaron 2 a 0 y perdonaron al menos tres ocasiones claras de gol.
Dos días después le tocó el turno a Panamá —el rival más asequible para los nuestros—, que también nos superó 2 a 0. En el partido contra Guatemala los cubanos ganaron 1 a 0, pero el sueño de clasificar ya se lo había llevado el viento.
En el estadio de Ciudad Panamá desapareció la "potente" artillería cubana, 180 minutos sin hacer gol hasta el encuentro con los guatemaltecos.
Sigue la sequía goleadora de nuestros delanteros en todas las categorías: escolar, juvenil y de mayores. Resulta que el fútbol que se practica por estos lares es ramplón y provoca bostezos: un concierto desordenado de tipos torpes que intentan tocar decentemente el balón, pero ni a trancas.
Corren como posesos de un lado a otro de la cancha sin orden ni técnica alguna. Pudieran cambiar de deporte y practicar campo y pista. Quizá les vaya mejor.
Los fanáticos cubanos no se tragaron el cuento de que este equipo podría hacer el milagro de viajar el próximo año a los Emiratos Árabes. Ellos ven mal el fútbol en Cuba, pero son buenos conocedores del más universal de los deportes. Y tienen los pies bien puestos en la tierra.
La realidad borró el sueño. Cuba, a casa. Sin goles en un par de partidos. La esperanza criolla, su arma secreta —el ariete de Ciego de Ávila, Alain Cervantes—, no la tocó. Vagó como el llanero solitario y se desinfló la historia de algún que otro reportero local que le veía condiciones de crack. Cervantes no es Ronaldo.
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