Martes, 29 octubre 2002 Año III. Edición 482 IMAGENES PORTADA
Deporte
Magos dentro del campo

Tres torpederos encumbra el altar de nuestro béisbol, pero La Habana sólo se acuerda de uno.
por ROGERIO MANZANO, New Jersey  
El Rey
El Rey alrededor del trono

No sacan conejos de un sombrero. No usan frac negro ni guantes blancos, ni llevan una varita mágica para desaparecer hermosas mujeres. Sin embargo, ellos también son magos... aunque de otro show: el de las bolas y los strikes.

Hay en la epopeya del pasatiempo nacional cubano tres hombres que desafiaron las leyes de la prestidigitación para convertir en prodigioso espectáculo el arte de atrapar pelotas con un guante de béisbol. Willy Miranda, Germán Mesa y Rey Ordóñez son de esa casta especial de short stops que levantan estatuas sobre el polvo, en una posición que, para jugarla, exige más sangre que figura.

Han pasado muchos años, pero los cubanos de ayer nunca podrán olvidar lo que hacía Willy Miranda, para algunos el más virtuoso de los tres. Willy llegó al béisbol organizado en la década del cuarenta, con el club Teléfonos de la Liga Nacional de Baseball Amateur.

Su destreza en el infield era tanta que al poco tiempo los diamantes del circuito unionista le resultaban inservibles para hacer aquellos engarces de leyenda, los riesgosos diving o los fulminantes disparos desde el hueco. En la Liga Profesional Cubana se transformó en el ángel del Almendares y muy pronto su maniobrabilidad y audacia causaron profundas ráfagas de impresión en los scouts de Grandes Ligas.

Durante la década del cincuenta, en Norteamérica sólo veían el resplandor de un trueno cuando él jugaba. Calzó spikes para los Yankees y para los Orioles, y aunque su porcentaje al bate (logró apenas 221 puntos) le impidió hacer una carrera más extensa en la Gran Carpa, demostró que con el guante solo podía haber un Zar de las atrapadas, y se llamaba Willy Miranda.

Germán Mesa no pudo actuar con los Alacranes del Almendares, pero lo hizo con los Industriales de La Habana, el club que recogió el estandarte azul tendido en el campo de batalla luego del mal venido primero de enero de 1959.

Mesa se inició a mediados de los ochenta en las Series Nacionales y desde su llegada advirtió a los expertos que le sobraba capacidad para quebrar el rito tradicional en las paradas cortas. Después a nadie le restó dudas de quién debía ser el titular de la posición en la escuadra nacional. Era muy joven entonces, pero tenía alma de maestro.

Como un gato se le podía ver saltar sobre la bola y desaparecerla de un modo tan extraño entre sus manos que al público sólo le quedaban ganas para aplaudir. Al lado de Juan Padilla formó la mancuerna defensiva más extraordinaria que ha visto el béisbol cubano en cientos de años.

Rey Ordóñez, más que todo, fue un visionario. Cuando apareció por primera vez en una campaña invernal en la Isla, ya Germán Mesa era el amo en la media luna. Su paso por los Industriales fue efímero, porque él también venía de otra galaxia. La Comisión Nacional decidió trasladarlo hacia los Metropolitanos, el segundo equipo de la capital, pues el banco no podía soportar el peso de tanta grandeza.

Su labor fue tan preciosa que también se le abrió una plaza en la selección nacional, pero a diferencia de Mesa, Ordóñez sí quiso probar armas donde los caballeros las prefieren rubias. Hoy es el short stop regular de los Mets de Nueva York, porque se transformó en la sombra humana del reflejo.

Volcanes de discusión explotan en cualquier sitio de la Isla cada vez que los cubanos intentan precisar cuál de estos tres paladines es la expresión más exacta de la perfección atlética en el campo corto. Empero, en los pasillos del Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación (INDER) se guarda silencio ante el tema. La prensa oficial jamás se acuerda de Willy Miranda y el nombre de Reynaldo Ordóñez aparece en la lista de los "traidores" a la patria. Sólo les quedan las acrobacias de Germán para sus cumplidos vanidosos. Sin embargo, cada uno de ellos aportó instantes de sublime valor a la historia del deporte nacional, por lo que merecen particular respeto y un espacio abierto en la memoria del juego.

Mientras esto sucede, los magos descansan sobre la gloria, en espera del día en que también desaparezcan las barreras de la intolerancia y el absurdo para el béisbol cubano.


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