Lunes, 14 octubre 2002 Año III. Edición 471 IMAGENES PORTADA
Sociedad
Se va el pregonero, se va

Nuestra cultura popular ha perdido uno de sus sellos distintivos... ya ni canta ni come frutas.
por JOSé HUGO FERNáNDEZ, La Habana Parte 2 / 3

Y no es que en la actualidad dejen de ser anunciados, a cada minuto y en todas las esquinas, los más diversos productos y servicios. Tampoco en este momento hay menos vendedores que antes. Al contrario, la lista de cosas que pueden ser compradas en cualquier calle resulta, además de alucinante, kilométrica. Pero el pregón sufre una especie de raquitismo agudo, cuyas causas también hay que buscarlas en la miseria que hoy se mece entre la vida material y espiritual de los cubanos.

Indigencia en el empleo del español que es propio de la Isla, especialmente marcada por deterioros progresivos en el uso de la metáfora y el juego de palabras, dos prácticas que siempre tipificaron, definieron, el habla nacional. Además, falta de imaginación, tendencia constante a la chapucería, en el proceder y en la expresión verbal, unido al uso recurrente, abusivo, del tuteo, no como manifestación fraternal, sino como irrespeto, como falta de delicadeza para con el mayor o el desconocido. Son estas algunas de las calamidades que hoy lastran el pregón y dificultan su desenvolvimiento como lo que es: una genuina tradición y hasta un hito en la cultura del pueblo, en tanto resultado de sus ricas simientes africanas y de la sal que vertieron en su cuna las olas del Mediterráneo.

Conspiran igualmente contra los nuevos pregoneros las insuficiencias que han golpeado y golpean a la mayoría de los empleados estatales que aquí se dedican a la venta de mercancía y prestación de servicios. Entre estas insuficiencias sobresale el hábito de no distinguir la calidad de un producto dado, ni sus particularidades, aquello que lo muestra como superior o inferior a otro de su género. Ilustremos con un caso, uno entre la generalidad: durante muchos años en Cuba el jabón, de cualquier tipo, no ha sido más que eso, jabón, sin que se le diferencie por marcas o por algún otro rasgo distintivo. Tampoco el comprador parece interesado en que le ofrezcan especificaciones. Lo que necesita a toda costa es un jabón. Así que toma el que le toca y a ello se limita la relación entre oferta y demanda. Tan lamentable cuadro, que no sólo responde a motivos económicos, da origen también al mimetismo que se observa en el comportamiento de los que se dedican al comercio público, y no sólo entre ellos: lo que decide hacer o decir uno, lo hacen y dicen todos, y lo que no, pues no lo hace ni dice nadie, o casi. Este substrato fatal, que a lo largo de casi medio siglo se acumuló en el inconsciente colectivo quebrantando los deberes de quien vende y los derechos de quien compra, tendría que influir, por fuerza, en la actitud de los nuevos vendedores ambulantes y en la forma escogida por ellos para pregonar su mercancía.

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