Lunes, 14 octubre 2002 Año III. Edición 471 IMAGENES PORTADA
Sociedad
Memorias del secuestro

Salvar la historia para salvar la nacionalidad: ¿Un desafío de futuro para la generación del entendimiento?
por EUDEL CEPERO, Miami  
Necrópolis de Santa Clara
Necrópolis de Santa Clara. Osario de Sinecio Walsh
(fusilado por el régimen en 1960), junto al de su madre
y hermana

No es un descubrimiento que los poderes políticos han tergiversado y ocultado la historia con el interés de reflejarla a través del prisma de su conveniencia, que es el de justificarse y atacar a sus oponentes. Lo que sí podría resultar novedoso, en el caso cubano, es la toma de conciencia del daño que ello ha causado a la nación y de la necesidad de promover una narración histórica honesta.

La mayoría de los cubanos han sido educados bajo una historia secuestrada por el régimen de Fidel Castro. Debe aclararse que se trata de un secuestro minuciosamente llevado a la práctica, aplastante, en el que se han utilizado centenares de profesionales de la investigación histórica, se han creado instituciones, fundado museos, impartido millones de horas de clases, publicado cientos de libros, filmado miles de metros de películas, trasmitido incontables horas de televisión y radio, dictado conferencias, organizado eventos y un largo etcétera.

Lamentablemente, la utilización de todo este arsenal, sin una contraparte en iguales condiciones, logró sus objetivos. Creó una inmensa duda alrededor de la historia nacional. En parte por ello, hoy muchos se quejan de las diferencias generacionales y la falta de entendimiento entre los más y menos viejos.

Ciertamente, cualquier interesado de Miami puede acercarse a la historia conversando con el plomero que le arregla una tupición en la cocina y que se alzó en el Escambray, o con el jardinero que le corta el césped de la casa y sufrió un largo presidio político, o con la señora del supermercado que fue vejada y ultrajada en su más íntimo pudor cada vez que visitaba a su esposo preso, pero ello no es suficiente para enfrentar la duda histórica institucionalizada y, además, deja fuera a los imprescindibles espectadores de la Isla.

Aunque algunos no lo consideren por obvio, se hace necesario crear los medios efectivos para que los no-protagonistas conozcan que los que se irguieron contra el castrismo eran en su mayoría jóvenes campesinos, obreros, estudiantes, profesionales y hombres de valía enfrentados a un sistema que todavía fusila inocentes, roba propiedades, divide a la familia, impide la libertad de expresión y cercena los más elementales derechos humanos. Que eran, sencillamente, patriotas ejerciendo el supremo derecho de enfrentarse a sangre y fuego al nuevo autócrata, como en la década de los cincuenta otros jóvenes afrontaron —también recurriendo a la lucha armada— a Fulgencio Batista.

Es imprescindible decir, reiterar, grabar en la memoria originaria, que los combatientes del Escambray se enfrentaron, en muy desiguales condiciones, a más de 60.000 partidarios del Gobierno —armados, entrenados y con todo tipo de avituallamiento— sin otra esperanza que la de morir peleando y no en el paredón de fusilamiento, en el que hombres como Sinecio Walsh dejaron la vida. Que el presidio político sometió incluso a la mujeres a condiciones comparables a las de las cárceles y campos de concentración del fascismo hitleriano. También es preciso detallar lo feo, los errores, las muertes innecesarias, las traiciones, los robos: todo, por duro y oscuro que sea.

Indudablemente, hay personas e instituciones, en el exilio y en Cuba, enfrascadas en narrar y/o rescatar la verdad. Basta revisar Internet, ir a alguna librería o ver el documental Al filo del machete —por ejemplo—, recientemente producido por el Instituto de la Memoria Histórica Cubana, pero no es suficiente. Como antes, el enfrentamiento es contra fuerzas muy superiores. Contra la mentira. No basta sólo con rescatar la historia del secuestro: es inevitable la aclaración de hechos y personajes llevados a posiciones míticas por la factoría histórica del régimen de La Habana.

Siempre habrá quien acuse de adular, y hasta de promover la violencia. Sin embargo, si se pudiera cambiar el contexto histórico, quizás Biscet se llamaría Boitel, o viceversa; el objetivo de la lucha ha sido y es el mismo. Sólo ha variado la forma del enfrentamiento. Hoy el combate pacífico por el respeto a la dignidad del cubano es la estrategia de los nuevos valientes.

Presentar la verdad histórica es una forma efectiva de luchar contra el totalitarismo. Es unir, salvar la historia para salvar la nacionalidad. Contribuir a forjar la única generación del entendimiento y la razón. La imprescindible.


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