Lunes, 14 enero 2002 Año III. Edición 279 IMAGENES PORTADA
Sociedad
Los anillos de la muerte (II)

Contada por uno de sus protagonistas, una serie que desvela la historia de las guerrillas en Matanzas contra el régimen de Fidel Castro.
por HéCTOR MASEDA Parte 2 / 2

"Eran huecos donde apenas podíamos acostarnos en el suelo —detalla Ríos Ramos—, sobre sacos impermeables (los techos de tablas de palma y tierra). Sobre esos agujeros habíamos levantado casetas, también de madera, en las que habían aperos de labranza, semillas, arneses para bueyes y otras herramientas; por ahí entrábamos y salíamos, aunque existían, además, dos túneles de seguridad que salían del hueco en direcciones opuestas, hacia los montes cercanos. Sus entradas estaban bien protegidas. Estos huecos nos los enseñó a construir un coreano que tenía experiencia de la guerra de guerrillas en su país, en zonas no montañosas. Al principio no confiábamos mucho en estos refugios, pero con el tiempo caímos en la cuenta de su eficacia: en varias ocasiones las tropas de Castro acamparon sobre nosotros y nunca descubrieron nuestra presencia. El coreano nos enseñó a montar emboscadas, preparar trampas y alarmas, a camuflarnos en terreno llano, a golpear rápido y huir, a enterrar nuestros desechos monte adentro o situar postas en profundidad para no ser sorprendidos. De noche salíamos a operar o a visitar algún otro grupo acompañando a El Pichi. En ocasiones teníamos que mantenernos en los agujeros una semana o más. Los refugios dejaron de ser útiles a principios de 1963, su existencia fue de conocimiento del régimen por boca de delatores".

Durante poco más de un año, el grupo de El Pichi sostuvo varios combates con fuerzas del régimen. Fue cercado por el enemigo y obligado a romper los anillos de la muerte. Sufrió varias bajas. La supervivencia de la guerrilla se tornó cada día más compleja.

"Sostuvimos varios combates —recapitula Ríos Ramos—. El primero de ellos en La Montaña, Bolondrón (julio-1962). Las tropas de la policía, al mando de Efigenio Ameijeiras, nos cercaron. Logramos romper el cerco en una noche sin luna; era una anillo simple. Tiramos con todo lo que teníamos. Tuvimos un muerto, Bernardo Hernández, "el cimarrón de Agramonte". Otro encuentro tuvo lugar en la finca San Antonio, en Limonar (agosto-1962). La persecución fue intensa. Nos envolvieron en varios cercos, uno tras otro. Ellos eran miles de hombres y varios helicópteros que daban a las tropas nuestra posición; nosotros éramos diez. Rompimos el cerco esa tarde. Nos protegimos en una cañada próxima al lugar del primer encuentro. Nuestras postas detectaron un segundo cerco a unos 300 metros de donde nos hallábamos. Súbitamente comenzó a llover y a aumentar el viento. Todo se oscureció. Los helicópteros se retiraron a causa de las condiciones atmosféricas. Decidimos romper el segundo cerco por una zona cercana a la finca La Esperanza, a 2 o 3 kilómetros de la cañada. Por donde irrumpimos encontramos unos milicianos que, al vernos, bajaron sus fusiles y se escondieron detrás de unas palmas. Nos dejaron pasar sin presentar combate, aunque sabían quiénes éramos. Con un tercer cerco no hicimos contacto. Pasamos sin problema alguno por una depresión del terreno en la que pudimos escondernos. En fin, no sufrimos bajas milagrosamente".

"Pasamos a Pedro Betancourt (octubre de 1962), a la finca El Gallego, en Sierra Baja. Otro cerco nos interceptó. Tuvimos que romperlo a balazos y corriendo hacia las tropas enemigas. Aquellos cercos eran terribles: los integraban miles de hombres para atrapar un grupo insurrecto de apenas una decena de integrantes. Usualmente los formaban tres anillos separados unos de otros por cientos de metros. El primero avanzaba hasta hacer contacto con nosotros e iniciar el tiroteo. Los otros se atrincheraban en posición de combate. Al romper el primer anillo, quedábamos localizados y entre dos fuegos, casi al descubierto. Si rompíamos el segundo, aún quedaba un tercero, y los efectivos de los otros dos se volvían hacia nosotros. Generalmente sufríamos muertos y heridos. Como habitualmente cargábamos a los heridos, nuestro movimiento evasivo se hacía más lento. De ahí la importancia de los refugios".

Los actos de guerra del grupo de Ríos Ramos se concentraban en objetivos económicos y militares del gobierno cubano.

"Nuestras operaciones eran nocturnas —concluye José Manuel—. Las estudiábamos muy bien, realizábamos observaciones con antelación, durante varios días. Cuando decidíamos actuar era difícil que nos sorprendieran. Los pequeños grupos guerrilleros nos dedicábamos a quemar plantaciones, asaltar en la carretera los transportes militares, tirotear las oficinas de las empresas y cooperativas agrícolas. Asaltamos varias veces los almacenes estatales y los quemamos. Nunca matamos ni herimos a ningún inocente a pesar de producirse, como caso único, un lamentable accidente con dos niños en Bolondrón. Jamás actuamos militarmente contra ninguna finca y sus pobladores, fuesen o no colaboradores del régimen. El miembro de la guerrilla que cometiera algún atropello sabía que enfrentaba el calabozo, luego un tribunal militar y, de acuerdo a la gravedad de su falta, podía perder la vida ante el pelotón de fusilamiento. El Pichi era muy severo en esto".

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1. Los orígenes del alzamiento (I)
[http://arch.cubaencuentro.com/sociedad/2001/12/07/5267.html]

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