Lunes, 14 enero 2002 Año III. Edición 279 IMAGENES PORTADA
Sociedad
El amor en los tiempos de Castro

La distancia: un destino común para miles de familias cubanas.
por RICARDO GONZáLEZ ALFONSO Parte 1 / 2
Mar
Estrecho de La Florida

Cuba, 1961. Ella era una prisionera, sólo que más bella; él otro de los tantos carceleros, sólo que más humano. Ambos, dos líneas paralelas, pero dispuestas a converger en un punto contra todos los prejuicios.

Según los magos de la sobrevivencia, el anonimato es un escudo contra la intolerancia; busquemos, pues, dos seudónimos engendrados por el encanto de la onomancía, ese hechizo que concede a cada nombre una predestinación. Por tanto, ella será Amanda y Amado él.

"Cuando era joven —me confesó Amanda una tarde al borde de su último destino— todos creían que era muy orgullosa. Como soy alta, camino sin mirar alrededor, y por aquel entonces hablaba poco, confundían mi timidez con la arrogancia".

La madre de Amanda nació en los Estados Unidos; se casó en la Isla con un español que optó por la ciudadanía cubana. De aquel matrimonio con vocación universal nació un bebé de piel rosada y mirada azul bajo el signo enigmático de las paradojas: 1940 fue un año de esperanza patria y desesperación mundial.

Amanda se crió, con los mimos que se le confiere a una hija única, en una residencia de la barriada capitalina del Cerro. Cuando la chiquilla creció estudió en la Havana Academy; y durante las vacaciones veraniegas iba al club El Ferretero. O sea, si bien no nació en cuna de oro macizo, estaba bien enchapada.

Mas el destino tiene sus mañas. Cuando Amanda iba a cumplir 19 años, triunfó la revolución con su alquimia sui generis, capaz de oxidar cualquier metal por áureo que fuera.

Amado tuvo cuna, pero de pino. Nació en 1947 en Santa Cruz del Sur, un poblado de la provincia de Camagüey, célebre porque cinco años atrás lo había destruido un ras de mar. De niño estudió en una escuela pública y a los 17 comenzó a trabajar en lo que apareciera.

En enero del 58, Amado se vio ante el dilema de Hamlet y se unió a las guerrillas que combatían a Batista. Y así, entre montañas y disparos le creció la barba; pero también, contra todos los augurios, la ternura y la esperanza.

El 1º de enero del 59 bajó de la Sierra Maestra con grados de teniente. Sin darse cuenta se convirtió en un aprendiz de alquimista. Poco después en carcelero.

En los días que antecedieron a la invasión por Bahía de cochinos ser una joven burguesa, considerada arrogante y para colmo hija de una americana, bastaba para ser calificada de gusana-vendepatria, a quien había que "partirle la siquitrilla". Sólo faltaba una delación.

Amanda, a pesar de la magia de la onomancía, fue repudiada, arrestada y conducida primero a la Ciudad Deportiva —coliseo convertido transitoriamente en una versión criolla del romano— y después a la fortaleza del Morro.

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