Naturaleza fija con extremos |
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Fuera-dentro, exilio-insilio, castrismo-anticastrismo... El socorrido encanto del lugar común o la nación como unidad binaria. |
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por EMILIO ICHIKAWA MORIN, Miami |
Parte 1 / 2 |
La dictadura del lugar común es más perjudicial para el pensamiento que cualquier tiranía política. El sobrentendido atonta y casi siempre acabamos exaltados, aun cuando se sigan calificando como adecuados los argumentos concebidos.
Un ejemplo. Una de las cuestiones más debatidas en Miami es si dentro del castrismo —entendido como un tipo de sociedad emergida de los eventos de 1959 y que avanza ya hacia el medio siglo de duración— se ha producido algo de valor. Es decir, si algún músico, deportista, científico, ingeniero, militar o trabajador; si algún ritual, hábito o costumbre de los practicados en esa sociedad sirve para algo. Las dos respuestas más simples a este problema son, como era de esperar, la afirmación y negación radicales:
—No, nada de lo producido en esa isla desde 1959 hasta hoy merece ser reconocido.
—Sí, en medio del castrismo se han generado cosas valiosas.
Si se meditan sostenidamente las respuestas se comprenderá que, aunque tengan valor como doctrina política, no pueden funcionar como catálisis de un pensamiento original. La razón de esa imposibilidad es sencilla: la afirmación primera no es más que una estupidez; la segunda, un lugar común.
Ante el auge del historicismo, Ortega y Gasset advirtió a una conciencia española que se perdía en el relativismo que, respecto al ser humano, no todo es historia, sino también naturaleza. Y es eso, "naturaleza" fija y no estado transitorio, lo que significa el castrismo para algunas generaciones.
La desinformación, la longevidad comparativa de una sociedad de casi cincuenta años en el récord de una Isla hecha a la vida independiente en 1902, el aislamiento, la posición de ruptura y no de continuación que la revolución de 1959 asumió respecto a la historia cubana, entre otros factores, han dado como resultado que la nación viva como posicionamientos a favor y en contra del castrismo lo que otros países han vivido como parte de un ciclo general de movimiento histórico.
Cuba ha vivido la emigración como exilio, la postmodernidad como vacío ideológico, la era informática como "logro de la revolución", el confort de la cotidianidad como "estímulo político", el aumento (antiweberiano) de la irracionalidad como victoria de las religiones sobre el ateismo, la frivolidad como aburguesamiento, la post ideologización como contrarrevolución, etcétera.
El castrismo, claro está, tiene significaciones perdurables. Si el bolchevismo y el nazismo fueron intentos anómalos de llevar aceleradamente a la modernidad a dos naciones maltrechas por la Primera Guerra Mundial, el castrismo —y el anticastrismo— han acabado por ser la forma extraordinaria (atípica) en que la cubanidad participa del movimiento ordinario (típico) de la postmodernidad.
En la conciencia cubana hay un lugar común muy difundido que se sustenta en el prejuicio de identidad, quizás en la evidencia, de que los cubanos somos extremistas. Este presupuesto se suele paliar con la obviedad de la "tercera vía", del "punto medio" que olvida que es también extremista la negación absoluta de los extremos. Los extremos no son malos siempre, sino a veces. Tal y como se afirma, el mundo es multicolor y no blanco y negro, pero el blanco y el negro son figuraciones legítimas del mundo.
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