Martes, 24 septiembre 2002 Año III. Edición 457 IMAGENES PORTADA
Opinión
¿Qué hacer?

Dentro de lo que llama la gran estrategia —alcanzar el Estado de Derecho en Cuba—, el autor apuesta por el mantenimiento del embargo.
por ORLANDO FONDEVILA, Madrid Parte 1 / 3
La Habana

¿Qué hacer? Hete aquí la gran pregunta ante un problema cuya solución depende de cierta cantidad de variables, no todas bien conocidas. Motivo por el cual afloran la perplejidad, la inseguridad, la indecisión. En tales casos racionalmente —pero no sólo— se vislumbran diversas hipótesis, variados escenarios posibles de solución, ninguno absolutamente convincente. Se duda. Pero se impone elegir un camino. Si el problema se refiere a las ciencias sociales, siempre tan escabrosamente huidizas de las tranquilas y deseadas certidumbres, el agobio volitivo puede llevar a la parálisis o a confundir en la toma de decisión. Con el agravante de que ambas cosas, tratándose de asuntos que tienen que ver con el destino de las sociedades y de las personas, se precipitan al terreno de la ética. No puede aquí emplearse el método de ensayo y error. No valen la parálisis ni la confusión. El sufrimiento de la duda es entonces mayor. Esta es la circunstancia del problema cubano. ¿Qué hacer con Castro y el castrismo?

Son muchos los que en el extranjero no se explican, una vez enterados del drama cubano, cómo éste no se ha solucionado, por qué la nación no hace nada, dicen, para salir de Fidel Castro. Parten quienes así piensan de un dato falso, porque los cubanos lo han intentado casi todo para salir del castrismo. En estos 43 años ha habido lucha armada, intentos de tiranicidio, conspiraciones de todo tipo y, desde hace algunos años, oposición pacífica e intentos de desobediencia civil. Sin resultados apreciables hasta hoy. Aquí se impondría la famosa pregunta: ¿Qué hacer? Téngase en cuenta que, al margen de cualquier nuevo esfuerzo imaginativo, el hecho de que algunas de las variantes empleadas hayan fracasado no significa que deban ser desechadas para hoy o para mañana, dadas las cambiantes circunstancias. Puede, incluso, que sea buena una combinación de acciones dentro de la gran estrategia.

Dentro de la gran estrategia de siempre han desempeñado un papel destacado otros dos elementos: el embargo económico y comercial de los Estados Unidos al régimen y la presión política internacional. Aunque estos dos elementos han estado presentes durante cuatro décadas, lo cierto es que su incidencia ha sido desigual, de forma idéntica a las otras formas de lucha empleadas. El dato de que en la práctica nada haya tenido éxito, porque Castro sigue ahí, no significa que alguno o varios de los métodos de lucha manejados infructuosamente ayer vayan a tener igual fortuna mañana, justamente porque ya el régimen no es el mismo —aunque sí lo sea básicamente— debido a su agotamiento y evidente fracaso, y a que el mundo es otro.

De todas las estrategias con las cuales la nación ha enfrentado al régimen, pocas tienen al día de hoy respaldo y comprensión internacional, además de escasa virtualidad. Ni pensar ahora mismo, por ejemplo, en una insurrección armada o algún tipo de lucha esencialmente violenta, aunque siempre podría, en cualesquiera de las variantes posibles, desencadenarse alguna forma de violencia. No obstante, nada es descartable per se. Por su parte, la heroica lucha de la disidencia pacífica interna, su hermoso y valiente esfuerzo por edificar la sociedad civil, que merece y exige el apoyo masivo del exilio y de la opinión pública internacional y que sin duda ocupa al día de hoy una importante trinchera de este combate por la libertad, poco alcanzaría si esta disidencia está aislada y a merced de la represión. Represión que seguramente sería mayor si el régimen se sintiera más fuerte, en vez de abrumado y acosado como lo está en la actualidad.

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