Martes, 24 septiembre 2002 Año III. Edición 457 IMAGENES PORTADA
Opinión
Zona de competencia

Sobre las familias políticas nacionales y su influencia en la Cuba contemporánea.
por EMILIO ICHIKAWA MORIN, Nueva York  
Ramón Castro
Miembro de la 'aristocracia revolucionaria' Ramón Castro

La sinceridad de una reciente entrevista a Rafael Díaz-Balart por Matías Farias, en la emisora La Poderosa, ha estimulado estas reflexiones. Fue un programa realmente excepcional dentro del panorama general de "previsibilidad" en el que están inmersas las estaciones de AM de la ciudad de Miami.

En una conversación abierta, donde se manejaron muchísimos temas de interés, hubo por lo menos un par de momentos ejemplares. Después de que el entrevistado expusiera la cercana relación que tuvo con Fidel Castro en la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana (la verdadera "cuna de la revolución" o revoluciones cubanas) y haberlo calificado como psicópata y brillante, Farias preguntó a Díaz-Balart cómo valoró entonces la relación de aquél con su hermana. Éste, con la misma transparencia que había mantenido, dijo que, efectivamente, advirtió a Mirtha Díaz-Balart de la curiosa combinación de cualidades que hacían poco recomendable a Castro como esposo.

Después un oyente preguntó dos cosas que podrían haber desconcertado a Díaz-Balart:

1- ¿Es cierto que altos estratos de la sociedad cubana de la República, hoy en el exilio, apoyaron a Castro contra Batista?

2- ¿Se puede negar el apoyo de las masas al triunfo revolucionario, mostrado en miles de testimonios gráficos y orales?

El interpelado no evadió las preguntas. Batista tenía peculiaridades raciales y un origen social que no eran del gusto de sectores y familias de la clase alta cubana; Fidel, en cambio, era un candidato más presentable: ambicioso, blanco, abogado. La cuestión no es si la República fue más o menos racista que la Revolución, sino cómo se ubicaron respecto al asunto las personas de Fulgencio Batista y Fidel Castro. Díaz-Balart dijo recordar que en el cabaret Saint Soucci dos mesas de señoras acaudaladas se levantaron con desdén nada más aparecer en el salón Batista con su plana mayor.

Respecto a lo del apoyo mostrado en 1959 a Castro, el entrevistado dijo algo que nadie puede negar: hay entre los cubanos un gusto irresistible por los políticos ganadores, quienes quiera que sean. En La Habana no hay, como en Old Town Alexandria, una estatua gloriosa para los vencidos.

Las evocaciones de Rafael Díaz-Balart muestran que lo anecdótico puede ser definitivo en el ámbito de lo histórico. A diferencia de países centrales de la civilización occidental que soportan análisis a partir de conceptos generales como "modernidad", "progreso" o "racionalidad", en el nuestro es preciso apelar a enfoques biográficos, genealógicos; indagar en las iniciativas de los caudillos y los intereses de "las familias". Fueron esos móviles tangibles y no otros trascendentales como Dios, la historia, el pueblo o la nación, los que consideró José Martí en sus Cuadernos de apuntes como fuerzas reales en la historia de Latinoamérica.

La República de 1902 incorporó nuevos apellidos a la familia política cubana nacida en la colonia; renovación que continuaron las revoluciones del 30 y de 1959. Esta última descongestionó los canales de ascenso y descenso de la política que la República había acabado por esclerotizar, hasta que ella misma empezó un proceso de institucionalización a la altura de 1975, año del I Congreso del Partido Comunista.

La conformación de una comunidad cubana en el exilio a partir de 1959 ha multiplicado la geografía donde se produce regularmente la política nacional. Aunque el autoritarismo insular hace casi imposible la emergencia de familias políticas estables, pueden observarse ya algunos apellidos con cierta constancia en la vida pública: Almeida, Leal, Lage, Valdés, Colomé, Casas. Del lado del exilio también han brotado a la vida pública de la política cubana, o relacionada con ella, nuevos apellidos que identifican a familias notables como Mas Canosa, y han perdurado otros de la etapa republicana.

Pero sin duda las dos familias políticas más importantes de la Cuba contemporánea están representadas por los Castro y los Díaz-Balart, muy activas además en la propia dinámica de la política norteamericana. La zona de competencia incluye medios de difusión, instituciones académicas y políticas, relaciones personales.

La peculiaridad consiste en que, aunque la mayoría de la gente no lo toma en cuenta o sencillamente lo desconoce, se trata de dos familias que triunfan en un contexto político compartido, interdependiente, y que son acreedoras de un pasado común. Quizás por ahí, y no en los esquemas abstractos de los grandes partidos y las ideologías, anden las claves para un mejor entendimiento cubano.


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