Miércoles, 01 mayo 2002 Año III. Edición 356 IMAGENES PORTADA
Opinión
La resolución de la verdad

Luego de su votación en Ginebra, ¿puede decirse que Togo es más independiente que Francia y tiene más alto concepto de la soberanía Burundi que el Canadá?
por ADOLFO FERNáNDEZ SAíNZ, La Habana  

El proyecto de resolución en que se defiende la dignidad de los oprimidos en la Isla, presentado por Uruguay ante la Comisión de Derechos Humanos de Ginebra, triunfó por apenas dos votos. Y una moción de última hora, presentada por la República Popular China —otro gobierno de partido único y gran violador de libertades—, con el declarado propósito de abortar la resolución sobre La Habana, perdió por solo un voto.

De seguir cambiando la composición de la CDH a favor de gobiernos enemigos de los derechos humanos y la democracia, bien podría suceder —como ya pasó en el año 98— que la resolución sobre el régimen no alcanzara los votos suficientes para ser aprobada. Pero eso no cambiaría un ápice la situación de régimen totalitario dentro de la Isla, ni en relación con nuestro caso desde el punto de vista ético y moral. Aun perdiendo, seguiría siendo la resolución que refleja la verdad dentro del país, promovida por lo gobiernos libres y democráticos del mundo.

Este año la resolución de la solidaridad con los presos políticos y los disidentes cubanos recibió el apoyo unánime de los gobiernos de la Unión Europea, que votaron en bloque. No menos importante fue el hecho de que la resolución fuera patrocinada por primera vez por un Gobierno latinoamericano, y que en total siete países de nuestra región votaran a favor de sus hermanos en la Isla, mientras sólo Cuba y Venezuela votaron en contra, y sólo dos, Brasil y Ecuador, se abstuvieron.

En nuestro ámbito geográfico y cultural, como país occidental y de matriz democrática que somos, la resolución tuvo un apoyo extraordinario, lo cual representa una gran esperanza para la República de Cuba.

Por el contrario, todos los países árabes e islámicos, sin excepción, se pusieron a favor de los opresores del pueblo. Asimismo, siete gobiernos africanos votaron en contra de la resolución, uno solo —Camerún— a favor, y cinco se abstuvieron.

El régimen cubano insiste en que el anual ejercicio ginebrino es una conspiración estadounidense para castigar a la Revolución, que contaría con el apoyo del pueblo. Pero si nos dejamos llevar estrictamente por la versión de víctima del régimen castrista, si realmente todo esto no fuese más que una monumental patraña de los norteamericanos y los votos se obtuvieran porque el Tío Sam va torciéndoles el brazo a gobiernos peleles para que voten en contra de la realidad y de sus principios, entonces habría que llegar a la conclusión de que, si de resistir las presiones estadounidenses se trata, Togo es más fuerte que Francia, y más alto concepto de la soberanía nacional tiene Burundi que el Canadá. Asimismo, en cuestiones de derechos humanos, estarían más cerca de la verdad Libia y Sudán, que Suecia y Chile. Habría estado dispuesto a vender su voto México, pero no Malasia. Y más cerca de los problemas del pueblo de la Isla estarían Arabia Saudita y China que España y Portugal. Y saltaría a la vista que más fuerte compromiso con la democracia tendría Bahrein que el Reino Unido. Y más fácil habría sido comprar al Japón que a Zamora.

El régimen cubano no se ha defendido de una sola de las acusaciones ni ha tratado de explicar nada; pasó directo al ataque: que si los gitanos son discriminados en la República Checa; que si en España hay ejecuciones extrajudiciales —¿aparte de las que perpetra ETA?—; que si EE UU es el país más violador de los derechos humanos en el mundo... En ese caso, La Habana debía presentar sendos proyectos de resolución donde se cuestione a los gobiernos de esos países, y dedicarse a buscar votos para hacerlos aprobar. Si progresaran esas mociones, seguramente tales gobiernos no tendrían a menos dejarse inspeccionar sus cárceles y sus procedimientos judiciales por representantes de Naciones Unidas. ¿Estaría La Habana dispuesta a hacer lo mismo?

En la Isla, además, son recibidos los opositores de gobiernos democráticos de América Latina. Desde la tribuna del castrismo hemos oído a Gladys Marín, secretaria general del Partido Comunista de Chile, a Hebe Bonafini —de Madres de la Plaza de Mayo—, la que se alegró del atentado terrorista del 11 de septiembre; al Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, y otros, diciendo horrores merecidos e inmerecidos de sus gobiernos. Pero han regresado tranquilamente a sus hogares. Por mucho menos que eso fue condenado a cinco años de cárcel Vladimiro Roca, y Bernardo Arévalo Padrón cumple seis por llamar mentirosos a Fidel Castro y Carlos Lage.

Es cierto que en la Isla no hay desaparecidos. Pero a Vladimiro y Arévalo los han "desaparecido" de la escena política en nombre de la ley y de la Constitución, que debían estar para proteger al ciudadano.

Eso es lo que se denunció en Ginebra: la utilización de los recursos del poder en contra de la libre expresión del pensamiento.


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