Miércoles, 01 mayo 2002 Año III. Edición 356 IMAGENES PORTADA
Opinión
Golpe y contragolpe

El estamento militar venezolano interrumpió un movimiento cívico que intentaba rectificar su decisión en las urnas.
por JOAQUíN ORDOQUI GARCíA, Madrid  
Caracas
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El Golpe de Estado con el cual, al parecer, se pretendía restaurar la democracia en Venezuela, ha sido, desde su propia concepción, un cúmulo de contrasentidos, sino algo peor. En primer lugar, muchos parecen haber olvidado algo fundamental: por muy repulsiva que pueda resultar la figura de Chávez, se trata de un presidente legitimizado por las urnas y, aunque la democracia no sólo se basa en las urnas, sí empieza por ellas. Por razones muy complejas (algunas de ellas incomprensibles) el pueblo venezolano decidió conceder su confianza a este engendro populista, como lo decidió en su momento el pueblo peruano con Fujimori o el argentino con Menem. Los tres se equivocaron, pero la democracia no se basa en la infalibilidad de los pueblos, sino en su soberano derecho a equivocarse. Y cuando los pueblos cometen este tipo de errores, tan frecuentes en nuestro continente, corresponde a ellos enmendarlos, por medio de algo de lo que mucho se habla, pero que muy pocos parecen respetar: la sociedad civil y su ejercicio político.

Esta intentona golpista puede ser el resultado de tres situaciones: un intento de los militares por devolver el país a la normalidad, una oscura jugada del propio Chávez para salir de una crisis que amenazaba su permanencia en el poder o una mezcla de ambas, es decir, que se tratara una conspiración genuina alentada y controlada por el presidente.

Si nos decidimos por la ingenuidad y aceptamos la primera hipótesis, es decir, que militares honestos decidieron poner fin a un gobierno catastrófico, nos encontraríamos en un terreno más cercano a la catástrofe que todos los arrebatos chavistas. Porque las soluciones manu militari nunca han sido tales, crean más problemas de los que pretenden resolver y sólo son justificables cuando se enfrentan a una dictadura, como ocurrió con la revolución militar portuguesa que derrocó a Salazar.

En dos o tres días es mucho lo que se ha hablado y escrito acerca de los errores tácticos del golpe y del singular disparate que fue designar al representante de la patronal como jefe de gobierno interino, así como sobre las medidas que éste tomó en la brevedad de su mandato. Se olvida que la calamidad Carmona es adjetiva y que el principal desaguisado fue quitarle a la sociedad civil el protagonismo que estaba desempeñando.

Muchos son los argumentos que pueden esgrimirse en contra de cualquier participación del ejército en las soluciones políticas de un país. Pero dejando a un lado los filosóficos y morales, hay uno de índole práctica (no hay nada más práctico que la filosofía y la moral bien entendidas), y consiste en que la democracia se basa en la participación ciudadana y usurpar esas funciones es hacerle un flaco favor a una institución que ha demostrado fehacientemente su debilidad en nuestras tierras.

El gran problema de Iberoamérica ha sido la incapacidad que han demostrado sus países de generar un Estado participativo y ciudadanamente responsable. Por tanto, cualquier usurpación a la ciudadanía es un comenzar de nuevo, es contribuir a que el hombre común continúe pensando que alguien le sacará las castañas del fuego, ya sea un Mesías o un grupo de generales. La suma de individuos que constituye el país no se siente responsable de sus propias decisiones y los Chávez, Fujimoris o Castros volverán a contar con el respaldo popular cuando las cosas no funcionen bien.

En realidad, el Gobierno de Fujimori fue mucho más antidemocrático que el de Chávez. No sólo preparó su propio pucherazo con el objetivo de disolver el parlamento y hacerse una constitución a su medida, sino que desde el principio neutralizó a la prensa, ya sea por vía del chantaje, ya acallándola por otros medios. Sin embargo, Fujimori molestó menos. No tenía relaciones especialmente tiernas con La Habana y su discurso neoliberal satisfacía las expectativas más exigentes. En el fondo, estamos ante el problema de siempre: pensar que el fin justifica los medios, separación tan idiota como aquella que pretendía dividir al arte en forma y contenido, como si ambas no fueran consustanciales. La amistad Chávez–Castro es muy preocupante, pero intentar solucionarla por medio de un Golpe de Estado lo es más todavía.

El único resultado práctico de lo ocurrido ha sido que Chávez ha salido fortalecido y, lo que es peor, que se interrumpió un movimiento cívico que pretendía remediar, de forma idónea, los problemas generados por la propia decisión en las urnas. Dicho de otra forma, se frustró un proceso de responsabilidad civil que hubiera sido la mejor escuela para los venezolanos en su camino a una plena democracia.

La pregunta es: ¿qué preocupaba más, el chavismo o su deposición por medio de la reacción popular?


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